Seguramente tú no me conoces
aunque me veas todos los días.
Pero yo lo sé todo sobre ti.
Lo adivino en tus ojos como océanos contaminados por una
marea negra.
Me sumerjo en ellos
y llego hasta el petrolero que se hunde en tu interior
con su barriga de metal
llena de sueños enmohecidos.
Viajo en el interior de un batiscafo que ilumina
cada brecha en el cascarón de tu alma,
cada cadáver de viejos amores que se pudre en las bodegas de tu corazón,
cada camarote en tus adentros en el que de vez en cuando te refugias
para sonreír,
para bailar,
para tomar aliento
y que no te ahogue el de todos esos cerdos que te esperan fuera,
en la calle.
Me sumerjo en esos ojos negros cada noche
mientras preparo tu café,
y por un momento dejo de odiar este trabajo,
y los pies y la vida dejan de dolerme,
y me olvido de ellos,
de los borrachos que vomitan sobre la barra sus fracasos,
sus dolores;
de los maderos que se abren sin pagar;
de los chuloputas que piden todo a gritos
y pagan con billetes empapados por el sudor de vuestros muslos.
Y por ti,
por una vez,
no escupo en la taza,
y hasta espanto con el trapo las cucarachas que corretean por la máquina.
Y preparo el café como si estuviera limpiando cada ave rescatada de la
marea negra,
como si cada una de sus plumas fuera uno de tus sueños
sucios por el barro de la vida
y yo pudiera devolverle su color.
Y espero que
cualquier noche,
cuando tú me preguntes
"¿Cuanto?"
y yo te responda
"90 céntimos",
antes de salir a la calle
y de que otros hombres crean que te poseen,
que saben algo sobre ti
sólo porque descargan entre tus piernas
con
media
docena
de
violentos
empujones
el veneno de sus testículos,
cualquier noche,
tú,
mi amor,
simplemente
me sonrías.
Patxi Irurzun, de su blog Ajuste de cuentos