Vetusta Morla volvió a demostrar su grandeza en Toledo, en la noche del viernes. Hacía más o menos un año que no los disfrutaba en directo, desde aquella actuación en Joy Eslava. Por motivos que no vienen al caso, no podré verlos en sus dos próximas paradas en Madrid, así que nos apresuramos a pillar entradas para Toledo. Se agotaron pronto y, según parece, la sala estaba llena de habitantes de Madrid, desplazados hasta allí sólo por el concierto. Toledo es una ciudad de calles y recovecos extraordinarios, pero también es agotadora. Lo digo por las cuestas, claro. La suerte, o quizá la intuición, quiso que tras dejar el coche y subir varias de esas cuestas desembocáramos a unos metros de la Sala Círculo de Arte (donde iban a tocar). Y no sólo eso: al lado había un garito para picar algo, que nos vino al pelo; y tres o cuatro miembros de la banda estaban allí mismo, en la calle, aún con las maletas y dejando que los fans les hicieran fotos. Me acerqué a saludar a uno de ellos, Juan Manuel Latorre. Ha sido un año lleno de sorpresas, de grandes noticias y de premios, pero sobre todo de trabajo duro. Me dijo que estaban bien, pero muy cansados. Basta con ver la cantidad de conciertos que dan y la energía que despliegan en el escenario.
La Sala Círculo de Arte es un lugar insólito para un directo, con un encanto especial. Es una vieja iglesia reconvertida en bar, discoteca, sala de exposiciones y espectáculos. A un paso de la entrada vendían camisetas, discos y demás merchandising relacionado con “Un día en el mundo”. Me dijeron allí que la camiseta que yo compré hace tiempo, y que llevaba puesta en ese momento, ya no se vendía, o al menos ellos no la conocían. Al lado hay una barra donde despachan bebidas. El único problema de esta sala, a mi juicio, es que los encargados de recoger vasos pasan a tu lado cada dos minutos. Los conté. Por cada canción, dos o tres tipos diferentes pedían permiso para pasar entre el gentío, con un brazo en alto y la bandeja allá arriba. Esto al final es un incordio y distrae de la música, impide que uno se concentre. En torno a las diez salieron las teloneras: las chicas de Boat Beam, un grupo que está a punto de sacar a la venta su primer disco (“Puzzle Shapes”), y que forman una australiana, una española y una norteamericana. Pop con toques melódicos: violines, panderetas, guitarras, violonchelos. Cantan en inglés y suenan bien.
Y en torno a las once salió Vetusta Morla. Leí ayer, con sorpresa, que ninguna discográfica les ha puesto una oferta sobre la mesa. A pesar del éxito continuo desde que ellos mismos sacaron “Un día en el mundo”. Le da a uno la impresión de que las discográficas prefieren apostar por la pachanga. Por Operación Triunfo y sus clones. Como es habitual, los componentes de Vetusta ofrecieron un espectáculo brutal de música y de entusiasmo. Prometieron volver a actuar en las fiestas de Toledo. Tocaron algunas canciones de las primeras maquetas. Pude escuchar versiones un poco más cañeras de dos o tres de los temas más famosos de su repertorio. Hacia el final, durante esa pieza maestra que es “Saharabbey Road”, Pucho, el cantante, no presentó a la banda, sino a los técnicos y a los encargados del sonido y a toda la gente que trabaja en la sombra en cada directo. Fue una muestra de humildad, un gesto que simboliza que no han cambiado, al menos desde mi punto de vista. Siguen haciendo lo que han estado haciendo muchos años ante un puñado de fieles y de incondicionales: buena música. Sólo que ahora arrastran masas. Lo merecen.