Sam Mendes y la compañía The Bridge Project se han superado a sí mismos con la representación de “Cuento de invierno”, de William Shakespeare. El domingo por la noche, en el Teatro Español, los intérpretes tuvieron que salir cuatro veces al escenario a saludar e inclinar el espinazo porque casi todos los espectadores estábamos en pie, aplaudiendo y vitoreando la magia que nos acababan de ofrecer a lo largo de tres horas (que se pasaron volando). Nunca había estado en una función en la que el tiempo de los aplausos durase tanto. A algunos de los actores se les notaba asombrados. Esto no te lo puedes bajar de internet. Esto hay que verlo, sentirlo, vivirlo. Emoción pura.
Una de las diferencias con la representación de “El jardín de los cerezos” está en los cambios de registro de los actores y actrices principales. Rebeca Hall, que hizo en la obra de Anton Chéjov de una mujer de actitud monjil y melancólica, desvela aquí su faceta más sensual y atractiva: la de una reina altiva y venerada por todos. Y luego, cuando su esposo, el Rey de Sicilia, la juzga por sospecha de adulterio, muestra su desesperación y explota. Richard Easton, que en la primera era un lacayo que no se enteraba del argumento, es aquí un pastor (y también El Tiempo) despierto y vivaracho. Sinéad Cusack enseñaba su cara más alegre y bonachona dando vida a la propietaria del jardín de los cerezos, y en cambio en “Cuento de invierno” castiga al Rey de Sicilia con palabras durísimas pero cargadas de razón y entendimiento. Morven Christie se desdobla e interpreta a un muchacho en Sicilia y a una princesa en Bohemia. Simon Russell Beale, que en la de Chéjov era una especie de Pepito Grillo, se convierte en un rey colérico y celoso, un poco a la manera de Tony Soprano cuando enloquece y quiere castigar a sus allegados. Aunque en realidad es al revés: Tony Soprano es un personaje shakespeareano por derecho propio. Josh Hamilton pasa de siervo doméstico a Rey de Bohemia. Y Ethan Hawke, que en “El jardín de los cerezos” era un hombre algo tímido que no paraba de escuchar ofensas sobre su condición de eterno estudiante, se transforma aquí en Autólico, granuja, estafador y ladrón que estuvo antaño al servicio de la corte y que ahora vaga por los caminos con una guitarra y cien artimañas para ganar dinero por la jeta y cuyo papel será fundamental en el cierre de la trama; se disfraza, canta y miente con una versatilidad sorprendente y logra las mejores carcajadas de la función. De ese modo, como apuntaba antes, los principales actores cambian de registro y cierran ese círculo del proyecto.
“Cuento de invierno” está estructurada en dos partes. La primera transcurre casi íntegramente en Sicilia (y en Bohemia en el último acto), y es un drama porque el Rey de Sicilia cree que su esposa mantiene relaciones con el Rey de Bohemia. Obsesionado y celoso, ordena que la envíen a prisión, a pesar de su embarazo. Cuando la niña nace, manda a uno de sus hombres a Bohemia para que la abandone en el campo, a su suerte. La segunda parte transcurre casi íntegramente en Bohemia (y en Sicilia en los últimos actos). Un pastor encuentra al bebé, que cuando crezca se enamorará del príncipe, hijo del Rey de Bohemia, con lo que se cierra otro círculo: el destino de ambos monarcas está sellado. Si en la primera parte dominaba la tragedia, el drama, aquí despunta la comedia gracias al truhán Autólico y sus engaños, a los números de baile con toque burlón y erótico, a la ingenuidad de los pastores, al enredo propio de las comedias de Shakespeare. La guinda final es una escena que emociona, uno de esos desenlaces que alegran y hacen brotar las lágrimas. Una función magistral.