Reedición oportuna de la tesis de medicina de Louis-Ferdinand Céline: un ensayo sobre Philippe Ignace Semmelweis, “el precursor clínico de la antisepsia”. Semmelweis descubrió que demasiadas parturientas de un hospital morían porque los estudiantes les estaban transmitiendo la fiebre puerperal tras diseccionar cadáveres. Una de las soluciones consistía simplemente en lavarse las manos. Pero el hallazgo del doctor se convirtió en una quimera y tuvo en su contra a la mayoría de sus compañeros y superiores. Fue una figura despreciada y marginada que conecta a la perfección con cómo acabaría sintiéndose Céline. Un fragmento:
Veinte veces descendió la noche sobre esta habitación, antes de que la muerte se llevara a quien le había infligido una afrenta precisa, inolvidable. Apenas era un hombre lo que iba a llevarse con ella de nuevo, era una forma delirante, corrompida, cuyos contornos se iban borrando bajo una purulencia progresiva. Por lo demás, ¿qué victoria podía esperar ella, la Muerte, en un lugar tan degradado como aquel? ¿Acaso había alguien que le disputara por los pasillos del Asilo esas larvas humanas, esos extraños seres burlones, esas torvas sonrisas que rondan el límite de la nada?
Prisión para los instintos, Asilo para locos, ¡que se lleve quien quiera a esos trastornados chillones, quejumbrosos, atolondrados!
El hombre termina donde comienza el loco, el animal está por encima suyo y hasta la última de las serpientes colea al menos como lo hacía su padre.
Semmelweis estaba aún más abajo que todo eso, era un incapacitado entre los locos, más podrido que un muerto.
Veinte veces descendió la noche sobre esta habitación, antes de que la muerte se llevara a quien le había infligido una afrenta precisa, inolvidable. Apenas era un hombre lo que iba a llevarse con ella de nuevo, era una forma delirante, corrompida, cuyos contornos se iban borrando bajo una purulencia progresiva. Por lo demás, ¿qué victoria podía esperar ella, la Muerte, en un lugar tan degradado como aquel? ¿Acaso había alguien que le disputara por los pasillos del Asilo esas larvas humanas, esos extraños seres burlones, esas torvas sonrisas que rondan el límite de la nada?
Prisión para los instintos, Asilo para locos, ¡que se lleve quien quiera a esos trastornados chillones, quejumbrosos, atolondrados!
El hombre termina donde comienza el loco, el animal está por encima suyo y hasta la última de las serpientes colea al menos como lo hacía su padre.
Semmelweis estaba aún más abajo que todo eso, era un incapacitado entre los locos, más podrido que un muerto.