Para la mujer más valiente del mundo.
Empieza otra vez la rutina impar
del primer, tercer y quinto día de la semana.
Subo a mi Volkswagen Polo,
pongo las llaves en el contacto.
Arranco. Meto primera.
Acelero y salgo a buscarte.
Surco una avenida llena de imperfecciones
que nadie arregla, doce semáforos
que amenazan con su luz ámbar,
siete rotondas, fósiles de seres
metalizados que nadie logra adivinar
y una pila de caballos de colores
agrietados por el paso del tiempo.
Una vez cruzada toda la ciudad,
y tras discutir con aquellos
que se interponían con su torpeza en mi camino,
llego al hospital que tantas veces nos ha visto,
subo a la primera planta y observo el mismo cartel,
Unidad de Hemodiálisis.
Llego a nuestro punto de encuentro.
Tras esperarte diez minutos
apareces al fondo del pasillo,
con la tensión por los suelos
y cansada después del favor
que te ha hecho la máquina,
filtrando cada gota de tu sangre.
Tardo poco, dices, y entras a cambiarte,
cuando sales una sonrisa escondida aflora,
me agarras del brazo y volvemos al coche.
Es viernes, quizás un milagro
rompa esta triste rutina,
si no fuera así ya sabes,
te espero en nuestro lugar de encuentro,
a la misma hora de siempre.
Antonio Huerta, Dichosa tarde en escala de grises