Pues sí, creo que el Facebook es una herramienta con más peligro que un mono suelto con una navaja. Voy estudiando poco a poco su funcionamiento y sus consecuencias. Para quien no lo conozca, dentro del perfil de cada usuario hay una pestaña llamada “Muro”. En la parte superior viene una casilla en la que pone: “¿Qué estás haciendo?”, y ahí todos ponemos, algunos con más frecuencia y otros cuando se acuerdan o tienen tiempo, lo que estamos haciendo. Pero no es así, en realidad. Porque ponemos lo que hemos hecho hace un rato (“Fulano viene del cine”), o lo que estamos haciendo en ese instante (“Fulano está merendando”), o lo que haremos después (“Fulano se va a dormir dentro de unos minutos”). Es decir, citamos nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. De tal manera que ya no somos capaces de dar sorpresas a nuestros amigos y conocidos. Imagino a un usuario que comete un crimen después de poner en el Facebook que se va a dar una vuelta por ahí: si es muy activo en su “Muro”, no serán necesarias demasiadas investigaciones. En su perfil lo contará todo. Lo que hizo, lo que ha hecho, lo que hará. Aunque omita la comisión del delito, quizá sepamos sus pasos diarios, con lo cual las coartadas se caen por su peso.
Lo que nadie se imagina es que el usuario quiera mentir. Sería interesante como experimento sociológico. Antaño nos creíamos sólo lo que salía en los periódicos y en los telediarios: “Sí, hija, sí, es cierto: lo han dicho en la tele”. Y hoy nos creemos lo que ponen en el Facebook: “Fulano se ha ido de la ciudad: lo he leído en su perfil de Facebook”. Pero, ¿y si Fulano mintiera? Entonces, supongo, no sabríamos qué hacer. La realidad de ahí fuera estaría en contra de la realidad digital. Imagina que alguien que vive en la misma ciudad que nosotros escribe en su perfil que estará a partir de hoy y durante una semana en otro país, en Alemania por ejemplo. Y que al día siguiente nos lo encontramos en un bar al lado de casa. Seguro que le diríamos: “No puede ser, es imposible que estés aquí. Dijiste que estarías en Alemania”.
Lo peor es que, al final, la gente te agobia un poco cuando sales por ahí. “Eh, ya sabía que estabas de juerga de fin de semana porque te lo leí en el Facebook”. Si te descuidas, tus huellas en ese portal sirven para que los demás te sigan la pista. “Mira: Fulano está ocioso en la oficina porque acaba de poner una frase en Facebook”. O “Fulano está en casa porque acaba de escribir que está en casa”. Ya, pero, ¿a nadie se le ha ocurrido mentir? Vendría muy bien para despistar a los pelmazos. Para que te dejen tranquilo: “Fulano dice que no vengan a buscarle a casa porque se va ahora mismo a la calle y no regresará hasta la noche”, y Fulano se queda en casa, con total tranquilidad. El Facebook es la pera. En serio. A mí me gusta porque recibo noticias de recitales y de presentaciones literarias y tengo contacto con gente a la que había perdido la pista. Pero tiene peligro. También puede ocurrir que alguien escriba algo inconveniente sobre ti y tus amigos lo lean y se te ponga la cara colorada. No me ha pasado, pero sé de otras personas a las que sí les ha sucedido: “Fulano dijo algo sobre mí en el Facebook que no me gustaría que fuese público”. Lo que está pasando, pues, es que la gente le da más crédito a lo que ponemos en nuestros muros que a lo que uno hace o dice en persona o por teléfono. De tal manera que estamos viviendo una especie de realidad paralela. Una cosa muy rara. Digna de análisis y de estudio. Seguro que alguien está escribiendo un ensayo sobre Facebook. ¿Apostamos?