Quizá me esté haciendo viejo muy aprisa, pero asisto atónito a las que se montan en la ciudad de mis orígenes. Las que se montan suelen ser pardas y, desde fuera, dan un poco de aspecto de circo. Asumiendo que el circo no es mal espectáculo: sirve para entretenernos, pero no le soluciona la vida a nadie. En ese sentido lo digo. No hace demasiado fue objeto de mofa en la provincia y en los foros de internet la que se montó a las puertas del Eroski porque una mujer creyó que dos botes de leche en polvo podrían ser bombas. Despliegue policial, periodistas informando del asunto, la gente asustada. Un circo. Si por cada objeto que veo abandonado en las calles llamara a la policía, sospechando que dentro hay explosivos, no podría vivir tranquilo. Ahora se está montando un escándalo con lo del derecho de las mujeres a participar en las cofradías. Mi opinión me la reservo. Pero a lo que iba: debates, intervención de autoridades, disputas, polémicas, votaciones. La Semana Santa de Zamora siempre trae aparejada la polémica. Hoy es lo de las mujeres, mañana será otra cosa. El problema es que hemos convertido una conmemoración religiosa en una fiesta popular. Y por esa razón jamás acabarán las polémicas y los follones. Todos los años por estas fechas hay algún lío. Me pregunto si antes de nacer yo había tantos enredos. Que sí, que sí, que los tiempos cambian y tal, pero no puedo dejar de hacerme la pregunta.
En días pasados se ha montado otra. Tampoco voy a dar mi opinión aquí. Los estudiantes querían celebrar su fiesta anual en el bosque. En Valorio. En el Ayuntamiento les dijeron que no, que manchan mucho. Hubo un acuerdo, trasladaron la fiesta a Ifeza, etcétera: la historia viene ampliamente desarrollada en los periódicos. Bien. Para evitar que los jóvenes entraran en Valorio a tajarse, ordenaron a la policía que cercara los accesos al bosque. Policías en sus puestos, con la orden de prohibir a los chavales que se metieran ahí con sus bolsas. Un gran despliegue. Los muchachos protestando. Los periodistas informando del suceso. Debate en las calles. Etcétera. Es de suponer que mientras los polis prohíben el acceso al bosque a los chavales y estos se van con la fiesta a otra parte, en la ciudad también habrá gente que se dedique a robar y gente que se dedique a trabajar. Desde fuera se ve como si estuviéramos en una película de Luis García Berlanga. No podemos olvidar las que se montan de vez en cuando por ciertas obras. Que si los parkings, que si el puente, que si el museo, que si tal y que si cual. Está muy bien que permitan al pueblo opinar y decidir, pues estamos en una democracia. Pero la realidad final es esta: unos por otros, aquí siempre queda la casa por barrer. En Zamora se va a hacer, se va a luchar, se va a intentar, se va a proponer. Y a la hora de la verdad no hay nada. No hay materia. No hay realidad. Sólo ideas que tardan siglos en materializarse o que nunca se llevan a la práctica. Es algo cansino.
Estos circos, estos debates, estas polémicas (que están muy bien: yo mismo participaría si viviera aún allí) disfrazan al final la única evidencia, enmascaran la triste y crudísima realidad que lastra a nuestra provincia: que la gente joven sigue haciendo las maletas para buscar trabajo en otras tierras más prósperas. Es decir: me parece perfecto luchar por el botellón, por el bosque, por la Semana Santa y por las obras que nunca ven la luz. Pero los esfuerzos también deberían destinarse a la lucha por el trabajo, por el futuro. Estas historias son una cortina de humo. Mientras los políticos y los ciudadanos se debaten y polemizan, el personal continúa emigrando. Pero el pueblo está entretenido. Mira hacia otro lado. Está en la caverna de Platón.