domingo, marzo 08, 2009

Grises y solitarios

No es raro toparse por ahí con uno de esos hombres muertos en vida, grises por dentro y por fuera, incapacitados para la acción o dueños de un universo interior donde anidan el tormento y el automartirio psicológico. Uno de esos tipos a los que no se les mueve la ropa. Que parecen autómatas tras su mesa de funcionarios o detrás del mostrador de la pequeña tienda que regentan. Yo me estoy encontrando a unos cuantos últimamente; pero en la ficción. En estos tiempos se rescatan obras sobre esos seres cuyo corazón parece haberse parado, aunque ellos continúen sumidos en sus rutinarias tareas. Se trata de obras fascinantes y no dejo de toparme con ellas.
En Nórdica Libros editaron hace poco más de un año una de las obras maestras de Herman Melville: “Bartleby, el escribiente”, con nueva traducción e ilustraciones. El año anterior lo reeditaron a un precio más asequible y en formato reducido. Bartleby siempre estará de moda. Es uno de esos personajes que no se olvidan. “Preferiría no hacerlo”, dice, y el lector sabe que está muerto por dentro. Recobro en estos meses el espíritu Bartleby con dos novelas que acaba de publicar Enrique Redel en su Editorial Impedimenta, y que recomiendo otra vez (ya lo hice en mi bitácora). La primera es “Los domingos de Jean Dézert”, de Jean de La Ville de Mirmont. Dézert es un personaje curioso: vive esperando el domingo, que es cuando se motiva un poco. Una de sus ideas, por tener algo que le entretenga, es la de hacer justo lo que recomiendan en los panfletos publicitarios que le dan en las calles de París. Jean Dézert es un funcionario gris. Ni siquiera es capaz de suicidarse. Le gusta el día de la semana que todos detestamos: el domingo. De este personaje dijo Michel Houellebecq: “Jean Dézert es como un hermano para mí, por esa capacidad que tiene de sobrevivir a la desesperación ante el vacío”. Y Enrique Vila-Matas escribió: “Dézert es un joven de aire aturdido, reacio a que su personalidad entre en armonía con lo real”.
La segunda, para mí, está emparentada con las anteriores. Es una joya que permanecía oculta: “Memoria de Georges el amargado”, de Octave Mirbeau, autor alabado por Lev Tolstói. Georges L. es un gran hallazgo. Tras su muerte encuentran sus memorias. Comienzan de forma terrible: mirándose a un espejo para constatar que es gris y se odia a sí mismo: “De entre todos los espectáculos, el espectáculo de mi propia persona es el que más me repugna”. Luego nos habla de su mujer: una señora agria, fría, fea, sin entusiasmos, muerta por dentro (como él), y con la que se casó porque no supo negarse. Pero hay razones para la tristeza, la amargura y el envejecimiento prematuro de Georges. En el origen están unos padres que lo califican de inútil y lo humillan a diario. En su narración, el autor va desgranando capas, como si pelara una cebolla: del presente pasamos a los años jóvenes en los que se casó, de ahí a la infancia y luego volvemos a la juventud, en que un crimen le devuelve un poco el interés y el protagonismo que necesitaba. Mirbeau es un escritor admirable, dueño de un sarcasmo muy estimulante. No era políticamente correcto. Al acabar el libro pensé en otro solitario: el Trelkovsky de “El quimérico inquilino” de Roman Polanski. La vi en televisión hace muchos años y me fascinó. Tras leer a Mirbeau fui a comprarla en dvd para volver a verla. Trelkovsky es un hombre raro y timorato. No está muerto por dentro, pero la soledad y la sugestión (habita el cuarto de una mujer que acaba de suicidarse) lo empujan al caos mental. Como le sucede a los personajes mencionados, ciertos infiernos bullen en su interior. Vive solo y cree que los vecinos conspiran contra él.