El obispado de Zamora advierte a las cofradías de Semana Santa que callarse ante el aborto “es ser cómplice de la muerte de niños”. Todo este lío y estas polémicas vienen por lo de querer imponernos el lazo contra el aborto en la túnica. Alguien por ahí dirá que hay que acatar las órdenes de los de arriba: en ese caso no habría democracia, sino dictadura. ¿Tengo que cortarme los huevos si lo manda el jefe? El argumento de la iglesia es el de siempre: tratar de lograr que nos sintamos culpables. Te dicen: si no llevas el lazo cuando desfiles en tu cofradía, eres cómplice del aborto y por lo tanto de la muerte de miles de niños (pero deberían decir “fetos”). Conclusión: eres culpable. Bien. De modo que, tirando de esta regla de tres, podríamos llevar las cosas más lejos. Porque hay muchos otros problemas preocupantes en el mundo, que requieren solución inmediata. Se me ocurre uno así, a bote pronto: el problema de los curas pederastas. Que no son casos aislados, como tratan de contarnos para que miremos hacia otro lado o le restemos importancia. Que basta con buscar la letra pequeña y las noticias que hablan del tema (si de verdad informan del mismo, porque muchos periódicos optan por el silencio): noticias breves, marginadas, medio escondidas. Porque hay que lavar la imagen. Se me ocurre ese problema. Por citar alguno…
Ahora pido que me permitan llevar, cuando desfile en mi procesión, un lazo contra los sacerdotes pederastas. Y si la iglesia no me apoya, será cómplice de la violación y abuso de muchos niños. Fuerte, ¿verdad? Pero no se asusten. Sólo es un ejemplo: cómo llevar esa simple regla de tres a otros ámbitos. Y ya que estamos, titular de hace dos semanas: “Los sacerdotes pederastas de EE.UU. costaron a la Iglesia más de 400 millones de dólares”. Aunque la noticia debería ser otra. El titular debería ser que los abusos de esos curas han supuesto traumas irreversibles, shocks para toda la vida, deformaciones de la personalidad de cara al futuro y años de psicología a cientos de niños. Esa debería ser la noticia: el niño, su salud y su seguridad, y no el dinero que le cuesta a la iglesia norteamericana cubrir con un manto a sus culpables, a esas “ovejas descarriadas”.
Yo no llevo lazos. Ni de esos, ni de ninguna otra clase. En la iglesia deberían hacer causa común de verdad: llevar lazos por el hambre en el mundo, por las guerras, por el sida, por el maltrato y el acoso a la mujer, por la explotación infantil. Por tantos problemas que atentan a la vida que no tenemos espacio para nombrarlos todos. Y no llevar lazos en la procesión, sino en sus misas. He leído por ahí que la iglesia católica ya no tiene crédito. Lo perdió hace mucho. Su actitud es la de ese comensal que intenta meter la cuchara en todos los platos. En la política, en la conducta de los tercermundistas, en las túnicas de los cofrades, en los anuncios de los autobuses, en el rock, en el cine, en el sexo, en la actitud del pueblo. Siempre prohibiendo, acusando, censurando. Mientras leo acerca de la polémica, me llegan noticias del boicot que planea hacer el Vaticano a la película “Ángeles y demonios”, del mismo equipo de “El código DaVinci”. A mí no me gustó la primera, y ni me molesté en leer la novela. Pero que el Vaticano quiera condenar la segunda hará que yo vaya a verla y pague mi entrada con gusto. La iglesia católica debería mirar hacia dentro, hacia sus propios problemas. La cuestión ya no es si se impone o no un lazo. Es la actitud, la idea machista, la imposición, la doble moral. Luchar contra el aborto es una mentalidad retrógrada, absurda. En la campaña del lince ni siquiera citan a las mujeres.