A veces me pregunto cuántos libros de mi biblioteca contendrán páginas defectuosas. Compro libros a tanta velocidad como los leo. Lo malo del asunto es descubrir los defectos años después de haberlos comprado, sobre todo si lo hiciste en otra ciudad que no es la tuya o en librerías que ya han echado el cierre. Ya me pasó hace años con una edición de bolsillo de “Suave es la noche”, de F. Scott Fitzgerald, que compré en Salamanca, mientras cursaba la última y definitiva etapa de mis estudios. Cuando empecé a leerlo en Zamora vi que estaba defectuoso, con las páginas cambiadas de sitio de tal modo que el final estaba hacia la mitad o algo así. Tuve que volver a comprármelo porque habían pasado unos años y no conservaba el ticket y tampoco es plan de viajar a otra ciudad sólo para descambiar un libro. Alfaguara lo reeditó por entonces y pude comprar una edición de tamaño normal.
La semana anterior me ocurrió lo mismo, pero esta vez hubo solución. Encargué un libro de artículos, difícil de encontrar. En lugar de destinarlo a la pila donde se acumulan tantas lecturas, tres o cuatro días después de la compra me entraron ganas de leerlo. Llevaba sesenta o setenta páginas leídas y me dio por echar un vistazo al resto. Mi intención era leer cien páginas de una sentada y luego ir a hacer algún recado. Al abrir el volumen en torno a la página cien encontré huecos en blanco. Demasiados. Por ejemplo: un artículo que empezaba en la página impar terminaba en la par, pero esta estaba en blanco. La siguiente, también. La tercera no lo estaba. Y en ese plan. Conté unas veinte hojas en blanco. No sabía si ir a reclamar y descambiarlo porque, al no ser una novela, al no seguir una trama, tal vez los artículos cortados a la mitad no fuesen tan importantes. Una bobada. En fin, que me daba pereza. Luego me levanté y fui a la librería. Les dije que lo dejaba pagado, y que por favor me lo cambiaran por otro. Tienen que pedirlo a Barcelona, así que entre unas cosas y otras tardaré alrededor de una semana en retomar la lectura del libro. Una faena. Pocas cosas revientan tanto como abandonar temporalmente la lectura de un libro que nos está enganchando pero que contiene páginas defectuosas.
Así que me pregunto, ahora, viendo el desorden de mi caótica biblioteca, cuántos de esos cientos y cientos de volúmenes estarán defectuosos. Los he comprado en distintas ciudades, en muy diferentes épocas de mi vida, en persona y por internet, y también me los han regalado, y si algunos de ellos presentan esas taras de imprenta sé que no habrá vuelta atrás. Y lo peor de todo es que los libros ahora no duran nada en las librerías. Que ya no puedes ir a reclamar porque no tendrán en el almacén un ejemplar en buen estado para cambiártelo por el defectuoso. Muchos de ellos son piezas únicas, conseguidos tras muchas pesquisas y tras mucho marear la perdiz y recorrer librerías de viejo y catálogos encontrados en internet. Empieza a ocurrirme lo que me pasó en Zamora hace años. Que la habitación se me quedaba pequeña y los libros no cabían en las estanterías y empecé a ponerlos en el suelo. Mi cuarto de ahora es más espacioso y también he recurrido a guardar unos cuantos en otras habitaciones, pero uno sigue comprando y le siguen regalando. Ya tengo un par de pequeñas torres en el suelo. Un día de estos iré por vez primera a Ikea, a comprar una estantería barata para instalarla en el pasillo. No he estado nunca en Ikea. Debo ser la única persona de Madrid que no ha ido por allí. Y guárdenme el secreto: tengo ganas de ir. Llámenlo curiosidad tal vez malsana.