Sábado por la tarde y sin un plan a la vista. Caminamos un poco por la ciudad. Recuerdo “Los Soprano”, cuya cuarta temporada he terminado de ver esta semana. Es una maravilla de serie. El serial perfecto. Como una película troceada en fragmentos de entre cuarenta y cinco y cincuenta minutos, y con trece de esos fragmentos o películas pequeñas en cada temporada. Estudio cada episodio de “Los Soprano”. Caminamos y hablo de algo en lo que me he fijado: Tony Soprano casi siempre está comiendo. Lo vemos comer en casa: cuando se levanta de la cama va a por los periódicos, que el repartidor deja sobre el asfalto de la calle, y luego va a la nevera para engullir lo que encuentre; a veces come primero y luego sale. En las pocas ocasiones en que el personaje aparece en casa también está jalando: durante la cena íntima con su mujer y sus hijos, en las cenas familiares a las que invitan a varios parientes, en los escasos ratos en los que se sienta en el sofá para ver algún clásico en blanco y negro e incluso echado en la cama, cuando ve la televisión. Lo vemos comer en los pisos de sus amantes, entre polvo y polvo. Lo vemos comer con ellas en restaurantes de lujo. Lo vemos comer en la oficina, que no es otra que el despacho del club de striptease que regenta junto a otros hombres: suele ser comida china, por lo general. Lo vemos comer en las reuniones de trabajo con sus hombres y con otros gángsters con los que debe tratar de negocios. En suma: Tony Soprano suele estar comiendo, o cabreado, o ambas.
Caminamos y evoco a Tony Soprano comiendo descomunales platos de spaghetti. Si uno se fija, un alto porcentaje de lo que cenan y almuerzan en la serie suele ser pasta. No podía ser de otra manera. Los protagonistas son hijos de italianos, hijos de inmigrantes. Así que, dado que, caminando por las calles de Madrid, se nos ocurre ir a cenar a algún sitio que quede a mano, buscamos por los alrededores de la Plaza de Santa Ana. Para quien esté de paso por la ciudad y quiera comer o cenar por ahí, recomiendo esa zona. Sobre todo detrás del Teatro Español. Puede uno encontrar restaurantes variados: peruanos, japoneses, italianos, hindúes, gallegos, nórdicos, mejicanos, vascos, argentinos, especializados en comida vegetariana… En este sentido la calle Ventura de la Vega, a un par de manzanas del Teatro Español, es una mina de oro: está repleta de locales de comida. Pienso en lo que comen los Soprano y me apetece pasta. Ya hace tiempo que tengo capricho de un plato de pasta a la italiana, y está claro que yo no lo hago igual que los oriundos de Italia.
Encontramos tres restaurantes italianos por la zona. Dos de ellos comparten dueño y nombre, sólo que uno es más fino (al menos así lo indica el aspecto desde el exterior) y el otro más casero. Nos decidimos por el casero. En el momento de entrar la zona de fumadores (la de arriba, junto a la barra) está vacía. Luego se llenará. Los manteles son como en las series: a cuadros rojos y blancos. De las paredes cuelga una serie de retratos de celebridades comiendo pasta. Fotos en blanco y negro de Marcello Mastroianni, Sofía Loren, Totó, etcétera. Junto a una de las mesas hay un modelo mítico de Vespa. El camarero que nos atiende es un joven italiano. Un poco de carpaccio para abrir el apetito y luego un plato único: yo pido “lancette” (pasta con forma de mariposa) con queso, trozos de salmón y rodajas finas de calabacín. De postre, helado. Creo que es la mejor comida italiana que he probado en Madrid. Mientras ceno, ya no pienso en Tony Soprano, sino en un par de amigos míos, que siempre alaban la cocina de Italia. Doy fe: tienen razón.