La palabra permanece para siempre, pero la violencia se diluye. Esa es una de las claves que sustentan los poemas del poeta navarro Hasier Larretxea. El jueves pasado presentó su libro “Azken bala / La última bala” en el Hogar Vasco de Madrid. En la calle Jovellanos, detrás del Círculo de Bellas Artes. Lo ha publicado en edición bilingüe: en euskera y en castellano. Tenía algunas referencias de Hasier gracias a los blogs (ya sabemos que, hoy, las grandes apuestas culturales están en las bitácoras), sobre todo los de dos amigos poetas: David González e Iñaki Echarte Vidarte. Tras mi artículo sobre el último atentado del terrorismo etarra, Hasier me escribió un correo electrónico. Me invitó a acudir a la presentación. Aquella tarde de jueves tenía un montón de colegas dispersos por la capital en numerosos actos literarios: Carlos Salem, José Naveiras, Kike Babas, Gsús Bonilla, etcétera. Pero primero me comprometí con Hasier. Acudir al recital poético/teatral fue la mejor excusa para comprarme “La última bala” y conocer al autor en persona.
Llegué tarde por culpa de mi nulo sentido de la orientación. Me fui en dirección contraria a la calle del Hogar Vasco. No es culpa de Madrid. Es culpa mía. Creo recordar que hace años me perdí en algún barrio limítrofe de Zamora. Soy como el doctor Marcus Brody (compañero de Indiana Jones), que una vez se perdió en su propio museo. Pero vamos con el recital: Hasier Larretxea leía los poemas en euskera; el actor Zuri Negrín los leía, a continuación, en castellano; la actriz Zuriñe Fernández recitaba algunos versos y ponía en práctica ciertos gestos implícitos en el libro. En el salón de actos vi a tres amigos: Déborah Vukušić, Esteban Gutiérrez Gómez y María Jesús Silva. Compré un ejemplar, Hasier me lo dedicó y ya he devorado sus páginas. Se tarda una media hora en leerlo en castellano (no los he leído en euskera, aunque debería), pero su fuerza perdura dentro de uno. Perdurará mucho tiempo.
En “La última bala” hay una respuesta al terrorismo etarra. Donde otros optan por las bombas, la violencia y el tiro en la nuca, Hasier apuesta por la palabra, por el respeto a la vida, por el verso. Palabras frente a bombas. Es un poemario crudo, directo, que va al grano. Como a mí me gusta: “Usaré hoy mi última bala. // Te tirotearé, / ¡¡Bang!!, / con mi arma / más útil, / eficaz. // Con mi única arma, / con la palabra. // Con la única que llega al tuétano. / Con la poesía”. Un poemario esencial. Valiente. Una crítica a la situación de batalla constante en el País Vasco: “Lo único que se puede hacer aquí / es ver cómo caen cada día las bombas. / No me enseñes / cómo disparar a quien odio”. Un grito de rabia continua: “He perdido a un hermano. / He perdido media vida. / Perder, he perdido la risa. / La esperanza”. Podría citar el libro completo: “Lo sentimos, no os servimos. / Queremos seguir riéndonos. / Vivos”. En algunos textos utiliza el sarcasmo: “Construyamos un pueblo / haciendo explotar tres o cuatro bombas diarias / en cascos históricos” o “Construyamos un pueblo, / aunque para ello / tengamos que destruirlo todo”. En otros, la crítica directa a la cobardía de quien sólo sabe infligir el terror: “Insúltame. / Golpéame. / Grítame. / Escúpeme. // Hazme / lo que tan bien sabes hacer. / Porque es lo único / que sabes hacer: // Meterme miedo”. No se lo piensen más: busquen este poemario, léanlo, subráyenlo. Es una manera de luchar, de no callarse, de no bajar la cabeza. Hasier es joven y demuestra un coraje envidiable: “Al parecer somos el pueblo más viejo de Europa. / Y el único que, para seguir viviendo, mata. // Ese parece ser nuestro hecho diferencial”.