Demoledor retrato del matrimonio. Yates nos cuenta el declive de una pareja que vive en las casas con jardín de Revolutionary Road: sus sueños frustrados, el fracaso de sus ambiciones, la rutina de dos personas que viven una vida que no les gusta. El autor afila su mordacidad en el retrato de otros matrimonios que aparecen en la novela: el marido que se quita el audífono para no oír las interminables charlas de su mujer, el hombre enamorado en secreto de la protagonista... He aprovechado la reedición de Alfaguara para releerla. Es una prosa que recuerda un poco a las historias de Raymond Carver y John Cheever. Historias sobre gente que parece feliz, pero no lo es.
Sam Mendes ha dirigido la película con Leonardo DiCaprio y Kate Winslet. No puede estar a la altura porque tendría que ser algo más que una obra maestra. Pero tengo ganas de verla. Un párrafo del libro:
Y yo no siquiera quería tener un hijo, pensó, siguiendo el ritmo de sus paladas. ¿No es increíble? Yo no quería un hijo ni más ni menos que ella. ¿No era cierto que a partir de entonces toda su vida había sido una sucesión de momentos que él en realidad no había querido vivir? Aceptar un empleo aburridísimo para demostrar que podía ser tan responsable como cualquier otro padre de familia, mudarse a un apartamento discreto y demasiado caro para demostrar que como adulto que era creía en los fundamentos del orden y la buena salud, tener otro hijo para demostrar que el primero no había sido un error, comprar una casa en el campo porque ése era el siguiente paso lógico y tenía que demostrarse a sí mismo que era capaz de darlo, y por la sencilla razón de que estaba casado con una mujer que había conseguido ponerle para siempre a la defensiva, que le quería cuando era simpático, que vivía conforme a lo que le apetecía hacer en cada momento dado, y que de buenas a primeras –y esto era lo más jodido–, de buenas a primeras podía querer abandonar a su marido. Era tan ridículo y tan simple como eso.