En el Teatro Fernán Gómez, situado en Colón, han estrenado una obra que reúne por primera vez a dos pesos pesados de la interpretación: el español José Sacristán y el argentino Héctor Alterio. Fuimos a verla y yo no conocía el argumento. Quiere decirse que lo que me interesaba era el reparto. El libreto se titula “Dos menos”. Aunque la versión española es de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, el texto original corresponde al francés Samuel Benchetrit. No es muy conocido en nuestro país, y sin embargo no sólo es escritor, sino guionista y director de cine. Hasta ahora ha rodado tres películas. Anagrama publicó aquí la primera parte de su autobiografía: “Crónicas del asfalto”. Según la web de la editorial, Benchetrit estuvo “fascinado por las lecturas de Brautigan, Fante y Bukowski”, cuyas obras lo empujaron a convertirse en escritor. Es lo que yo llamo tener buen gusto. Sobre todo en lo que respecta a John Fante y Charles Bukowski, dos de mis autores de cabecera. Este autor, además, estuvo casado con Marie Trintignant, la hija del actor Jean-Louis Trintignant. Luego ella cambió de novio: Bertrand Cantat, del grupo Noir Désir. Recordemos que, hace unos años, Cantat le dio una paliza que la llevó al coma y, de ahí, a la muerte. Tenía cuarenta y un años. Era una mujer morbosa, como demostró en la película “Noche de verano en la ciudad”, en la que se pasaba casi todo el metraje desnuda.
Benchetrit sabe, pues, algo del dolor. O mejor dicho: bastante. Creció en los suburbios de París. Y todo esto lo explico porque “Dos menos” data del dos mil cinco, es decir, dos años después de la muerte de su mujer. Y en “Dos menos” asistimos al modo en que dos hombres afrontan la fecha de su muerte. La obra empieza con dos enfermos echados en sus camas de hospital, a quienes el médico anuncia su pronta defunción. Tienen la fecha marcada. Uno vivirá una semana. El otro aguantará un poco más: quince días. Lo asombroso del texto es que, partiendo de ese punto doloroso e irreversible, y gracias a la complicidad de los actores y a su buena química, logra arrancar carcajadas del público. Se trata de ver la muerte con humor. Es como si, ajustados sus plazos, a los enfermos ya sólo les restara bromear un poco mientras esperan el final. La obra gira por caminos que uno no se imaginaba. Los dos hombres apenas tienen a nadie: uno (Héctor Alterio) cuenta que su familia apenas le visita porque está siguiendo el Tour de Francia; otro (José Sacristán) dice que tiene un hijo al que no conoce, y una mujer que le abandonó y de la que ha perdido el rastro. Así que deciden, esa misma noche, irse juntos y en pijama a recorrer mundo. Pronto se encuentran a una mujer embarazada que ha tenido problemas con su novio. Y, a regañadientes, deciden ayudarla. Su noche, sin que lo hayan previsto, empieza a recobrar un sentido.
Admito que el texto tiene algún momento flojo, y que esperaba un final más contundente. Pero los diálogos juegan con los dobles sentidos, con los equívocos, con el destino, el pasado y la familia. Es valiente esa reflexión sobre la muerte partiendo del humor. No es fácil. José Sacristán y Héctor Alterio están, simplemente, inmensos. En escena es muy importante el contraste entre las voces de ambos: la voz poderosa, como un torrente, de Sacristán; frente a la voz suave y dulce de Alterio. Durante una hora y media despliegan todas sus habilidades y encantos. Sus diversos registros en la comedia. Es un lujo verlos sobre el escenario. Ambos se han prodigado poco en cine en los últimos años y se agradece su reencuentro con el público. La obra la dirige Óscar Martínez.