Daniel Pennac confiesa en este ensayo su pasado de mal alumno y revela cómo se convirtió en pocos años en profesor y en escritor de novelas bastante exitosas. Fue un alumno difícil, pero luego tuvo que enfrentarse a lo que él había sido, representado en otros niños. Pennac nos ofrece su visión a ambos lados, nos cuenta historias desde el pupitre y desde la tarima. Se trata de comprender al alumno perezoso y zoquete, de partir de cero asumiendo su ignorancia y su falta de ganas de aprender para, desde ahí, tratar de instruirlo y enseñarle algo. Volveremos a este libro en algún artículo para el periódico. Mientras tanto, dejo aquí algunas anotaciones del ensayo:
Las palabras del profesor son sólo troncos flotantes a los que el mal alumno se agarra, en un río cuya corriente le arrastra hacia las grandes cataratas. Repite lo que le ha dicho el profe. No para que la cosa tenga sentido, no para que la regla se encarne, no; para salir, momentáneamente, del paso, para que "me dejen tranquilo". O me quieran. A toda costa.
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Si lo que espero es su presencia mental, necesito ayudarles a instalarse en mi clase. ¿Los medios de conseguirlo? Eso se aprende sobre todo a la larga y con la práctica. Una sola certeza, la presencia de mis alumnos depende estrechamente de la mía: de mi presencia en la clase entera y en cada individuo en particular, de mi presencia también en mi materia, de mi presencia física, intelectual y mental, durante los cincuenta y cinco minutos que durará mi clase.
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Basta un profesor -¡uno solo!- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás.
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En vez de recoger y publicar las perlas de los zoquetes, que alegran tantas salas de profesores, debería escribirse una antología de los buenos maestros.