jueves, enero 08, 2009

La exhibición de Lucas

Entramos, en manada y en familia, a ver la expo “Star Wars: The Exhibition”, cuya recaudación probablemente financiará otro rancho para George Lucas. Soplan diez euros en taquilla. Me revienta darle más dinero a Lucas, pero entonces veo las réplicas a tamaño natural de R2-D2, C-3PO, Yoda, Boba Fett, Chewbacca y Darth Vader, y sé que ha merecido la pena. Nací en los setenta, y mi memoria despertó con el estreno de “La guerra de las galaxias”, y antes de eso no había nada, y por eso yo no debía faltar a esta exposición. En la infancia querían entregarme al culto a Dios, y me tocó tragar, pero mi Dios secreto era Luke Skywalker; y mi religión, La Fuerza. Han pasado un montón de años y me siguen gustando las películas (las originales; las otras: menos, pero también me sedujeron), aunque ahora detesto a George Lucas porque con dos buenas ideas ha logrado vivir para el resto de sus días y que sus nietos sean millonarios, y generación tras generación le demos de comer a toda su familia.
Pero vamos con la muestra. Las medidas de seguridad de la entrada son una mezcla de los controles del metro y del aeropuerto. Pasas por un torniquete sólo cuando el encargado comprueba el código de barras. No se puede falsificar el ticket. Luego tienes que desprenderte de los objetos metálicos y ponerlos a un lado, antes de pasar por el detector de metales, ante la mirada de un guardia. Las mujeres deben depositar el bolso en la cinta del escáner. Menos mal que dentro dejan hacer fotos. Lucas es tan receloso que me extraña que no nos aten las manos en la puerta. De fondo suenan los cortes musicales de las bandas sonoras de John Williams, lo cual a mí ya me emociona. El primer choque visual no se olvida: R2-D2 y C-3PO tras sendas vitrinas. Todo el mundo quiere hacerse fotos con las figuras: niños, jóvenes, adultos, parejas. Detrás hay algunas naves a gran escala, como la vaina de Anakin Skywalker. A ambos lados del recinto hay salas temáticas: la expo está dividida en planetas. Abundan las pantallas pequeñas y gigantes donde pueden verse las películas, los documentales, etcétera. En las paredes hay bocetos, fotografías, esquemas, máscaras y réplicas grandes y pequeñas tras las vitrinas. Lucas ha metido, en las pequeñas, muchos de esos personajes que uno sólo ve en el plano si detiene la imagen del filme con el mando. Hay demasiados niños corriendo de aquí para allá. Los padres explican algunos personajes a sus hijos, y están más emocionados que ellos. Las salas están casi en penumbra. La gente hace fotos. Yo también hago fotos. Vemos a Yoda tras su vitrina. Casi me arrodillo ante él. Yoda es mítico, es un maestro, uno de los mejores personajes del cine. Antaño me sabía sus frases de memoria e intentaba que se las aprendiera mi madre: así de chiflado estoy. Se le notan los cabellos ralos y blancos y los pelarrios del bigote, como de maestro chino viejo. En las fotos sale mucho mejor. Le hago varias.
Pero no es nada comparado con la sensación de ver a Darth Vader. Impone. Oigo los comentarios: mucha gente no sabe que el actor que iba debajo medía dos metros. Vader es maldad pura. Es Shakespeare con filtro de serie B. Es un icono. Es un diablo. Es el cordero que se transformó en lobo, pero aún le queda algo de corazoncito. Quisiera llevármelo a casa y ponerlo en un altar. La expo termina con una tienda de merchandising, llena de productos carísimos. Echo en falta un Halcón Milenario, las ropas de Han Solo, el Han Solo congelado en carbonita… Y no olvido que Lucas es mitad genio, mitad jeta. Es artista y empresario, freak y pirata, cineasta y timador, visionario y megalómano. Lo mejor y lo peor. Una gran exposición.