Por motivos de trabajo, a uno de mis primos le tocó viajar a Orlando y pasar allí unos días. Yo no sabía nada de Orlando, que está en Florida. De hecho, lo único que sé de Orlando es que es el título de una extraña novela de Virginia Woolf que leí hace muchos años. Me enseñó algunas fotografías tomadas con el móvil. Antes de verlas, me dijo: “Aquello es como Fargo” (se refería a la película). Le pregunté: “¿Todo nevado?”, y respondió: “No, no hay nieve. Es como Fargo porque no hay nadie. No se ve a nadie por ahí”. Amplios carriles para ir con el coche y, a ambos lados, pequeñas casas sin nadie por las aceras. Él y otro compañero de trabajo tuvieron una reunión en una empresa de tres pisos. El edificio más alto, probablemente. Me divertí mucho con las historias que me contó sobre Orlando. Las referencias de mi primo y las mías siempre son cinematográficas: así nos entendemos mejor. Me dijo que en el motel en el que se alojaron había un recepcionista indio. Le pregunté en broma si el indio le sacudió con un cinto, como le hacía un nativo a Steve Buscemi en “Fargo”. Me dijo que no. Menos mal. Todo parecía muy pacífico. Continuó con la historia sobre el motel: “Mi habitación daba directamente a la calle”. Los españoles no estamos acostumbrados a eso. En nuestros apartamentos primero suele estar el hall, o la recepción, y luego un jardín u otra cosa, como en los apartamentos de vacaciones de Benidorm en los que nos alojábamos cuando yo era niño. Salías y estaba la piscina. Cualquier cosa menos la calle. Desde su ventana veía el típico parking; como en “No es país para viejos”, aclaró. “Sólo había un coche blanco aparcado en medio”. Le daba miedo dormir allí porque no hay mucha seguridad. Al otro lado de tu puerta está la calle.
Un día estaban esperando a un taxi para ir hasta Cabo Cañaveral y el taxista tardaba en aparecer. En tres o cuatro ocasiones aparecieron agentes para preguntarles qué hacían allí, tanto rato esperando. “Esperamos a un taxi”. Uno dijo: “Pero, ¿lo han llamado?”. Por supuesto que lo habían llamado. Pero la seguridad funciona así en Estados Unidos. Dos tipos aguardando en la calle no pueden traer nada bueno, pensarán los encargados de velar por la seguridad. Cuando el taxi llegó alucinaron. Dentro iba una abuela filipina de metro y medio de estatura, con su nieto (un bebé) sentado en un cochecito, en el asiento trasero. Así que mi primo tuvo que montarse delante, junto a la señora, y su colega de trabajo detrás, junto al bebé. La mujer dijo que la madre, su hija, era estudiante y estaba en clase y por esa razón tenía que encargarse ella misma de cuidarla mientras hacía servicios con el taxi. De película.
Cuando llegaron a Cabo Cañaveral, el lanzamiento previsto para aquel día se había suspendido. Se lo dijo un tipo que encontraron en la calle. Unos cuarenta y seis años, gorra (supongo que de los Yankees), camisa, pantalón corto. El hombre se puso a largar. Hablaba en español, con acento cubano. Era un antiguo policía de Miami. Ahora trabajaba en seguridad, en el complejo de la Nasa en Cabo Cañaveral. Mi primo le dijo que ellos vivían en Madrid. Preguntó por la ciudad. Charlaron durante hora y media. El último día, cuando abandonaban Orlando y estaban en el aeropuerto, a punto de embarcar, una mujer latina les oyó hablar y se metió en la conversación para preguntarles si eran de España. Les dijo que estaba casada con un zamorano. Mi primo le juró que toda su familia era de Zamora y la mujer pensaba al principio que la estaba vacilando. Mi primo le dijo mi apellido. La mujer había oído hablar de mi familia. Vas a Orlando y te encuentras gente de tu tierra. Fascinante.