domingo, diciembre 14, 2008

Urinarios portátiles

Uno de los problemas evidentes del deterioro de las esquinas de los callejones, de los portales y de las puertas de los garajes es la orina con la que muchos ciudadanos los riegan a menudo. Se piensa que los únicos culpables son los chavales beodos y no es cierto. A todo el mundo le puede entrar una urgencia en la vejiga mientras se ve incapaz de encontrar un bar a mano. He visto a muchos ancianos aliviarse en las jardineras de los parques, en los arbolillos de las plazas e incluso detrás de los bancos de madera. Algunos padres, cuando el hijo pequeño tiene ganas de mear, no dudan en animarlo (o ponerlo ellos mismos) a que suelte sus aguas menores en los charcos de las aceras o en las esquinas. He de confesar que antaño estuve en los dos bandos: meaba en las esquinas y me meaban junto al portal (y todavía lo riegan, me temo, aunque me haya mudado de piso y ciudad). En Madrid, por ejemplo, cuando llega el verano y el sol calienta las aceras, son demasiados los rincones que apestan a orina. El hedor es insoportable.
Pero a veces no es tan fácil conseguir orinar, si uno está lejos de casa. Puede ser que no haya bares cercanos. Puede ocurrir que sí los haya pero no tengamos un par de euros para beber un café o un refresco antes de ir a los lavabos. Puede ocurrir que la cola del servicio dé dos vueltas a la manzana. O puede ocurrir a medio viaje, de camino entre dos ciudades: son frecuentes las veces en que me he metido en una estación de servicio en la carretera, encontrándome con que el baño de caballeros estaba cerrado por no funcionar o porque acababan de fregarlo, y sólo quedaba el de mujeres, teniendo que elegir entre meterme en este último, exponiéndome a la bronca lógica de alguna mujer, o salir a regar las jardineras del exterior. Puede que se den sólo factores de suerte: que tengamos el euro para el café (de lo contrario, el barman no te deja entrar a los servicios sin consumir en la barra), que no haya cola, que estén abiertos, pero al llegar veamos sólo un triste váter al que acaban de decorar con una vomitona o aguas mayores dispersas por la tapa o incluso por el suelo o por la pared porque faltaba papel higiénico (créanme: he visto de todo en los servicios de caballeros de los bares y las discotecas), y así uno reprime la arcada, se da media vuelta y no orina.
En Inglaterra vi algo curioso: urinarios portátiles (en seguida hablaré de ellos). Por ahí, en nuestras ciudades, solemos encontrarnos por las calles con pequeños remolques y casetas individuales. Algo parecido a lo que ponen en algunos conciertos al aire libre. Pero en algunos cobran. Y el ciudadano suele renunciar a pagar dinero para meterse en una caseta que, probablemente, hieda y esté sucia e infectada por las incursiones de yonquis, alcohólicos y vagabundos; o por gente que no esté tirada, pero sea guarra (lo más común). Caminando por una zona de marcha del Soho vi que, llegada la noche del viernes, habían instalado en las aceras urinarios portátiles. Pensé que no existían en España y he buscado por internet y sí los hay. Características: “un sifón que evita la emanación de olores”, “se conectan a cualquier alcantarillado” y tienen un “sólido diseño exterior en polietileno”. Son cuatro plazas en torno a un punto (donde está el sifón superior). Sólo le veo un inconveniente. Que, al carecer de techos y paredes, y estar colocados en las aceras y en zonas de tránsito, da un poco de corte subirse ahí, bajar la bragueta y orinar de espaldas al público. Yo vi a un tipo allí subido, y la calle estaba hasta los topes de gente. Salvo eso, no es mala idea. Da vergüenza, pero es más higiénico. A ver si algún día los veo instalados en mi ciudad.