Llaman al timbre del portal. Respondo. Una mujer dice, con dulzura, que están haciendo visitas muy breves para informar de la Biblia o de una revista bíblica o algo así. Respondo: “No me interesa, gracias”, y antes de colgar el telefonillo oigo que masculla no sé qué, de mala gana y ofendida. Pero el ofendido debería ser yo, que vienen a mi casa a molestarme (y ya tragué demasiada religión cuando era niño). Empiezo a estar harto de esta gente, obsesionada con que comulguemos con su fe. Sólo pido que me dejen en paz.