Uno de los nombres imprescindibles de los noventa fue el del canadiense Douglas Coupland. Entonces no me interesó su obra, quizá por la manoseada etiqueta de la Generación X. Quizá porque me interesaban otras cosas. Ese fue uno de mis errores, que ahora pago con creces. Es decir, hace unos años empecé a interesarme por su obra y resulta que casi toda está descatalogada o es muy difícil de encontrar. Son fáciles de encontrar las únicas que, de momento, no me interesan: “La segunda oportunidad” y “Todas las familias son psicóticas”, lo cual no significa que dentro de un mes no me dé por comprarlas y leerlas. Me ha costado meses de búsqueda (y, en algunos casos, años) hacerme con ejemplares de “Generación X”, “Polaroids”, “Planeta Champú”, “La vida después de Dios” y “Microsiervos”. Especialmente “Microsiervos”, un libro que, sin que alcancemos a comprender las razones, no se ha vuelto a reeditar y que cientos de lectores aún buscan. Conseguí un ejemplar en buen estado: una primera edición, de septiembre del noventa y seis, en una librería de viejo.
El último libro de Coupland en España es uno de sus mejores trabajos: la novela “El ladrón de chicles”. Nunca sabemos por dónde va a salir Coupland y por eso siempre nos sorprende. Tiene algo de mago con chistera llena de trucos, y suelen ser trucos fascinantes. Pero creo que ninguno me fascinó tanto (de momento, y a la espera de leer “Planeta Champú” y “jPod”) como “La vida después de Dios”. Parecido embrujo me despertó la lectura reciente de “Microsiervos”. He tardado más de diez años, así que no voy a descubrir la pólvora a estas alturas. Pero es una maravilla. Coupland es un visionario y ya lo hizo todo en ese libro. Con “todo” me refiero a retratar antes que nadie el mundo de tecnología que nos rodea, el mundo en el que ahora nos movemos: la presencia necesaria de la informática, las búsquedas en la red, los correos electrónicos, la mensajería instantánea, el influjo de algunas claves del pasado en varias generaciones (los personajes viven obsesionados con las figuras de Lego), el predominio de las marcas comerciales en nuestra vida cotidiana, el poder de las viejas series de televisión, el modo en que ahora nos preocupamos más por conservar la memoria del mundo en los ordenadores y en los discos duros antes que en construir la Historia, etcétera. Y me refiero a su habilidad para la tipografía, algo que a mí me entusiasma y que a los editores españoles parece no gustarles: distintos tamaños de letra, diversas fuentes, numerosos códigos y lenguajes, uso de numeraciones y viñetas, inserción de símbolos y otras innovaciones (en aquel momento lo eran, creo). Así, cada página es un disfrute visual, y cada capítulo un retrato de nuestro tiempo.
Si, dentro de mil años, alguien quiere saber exactamente cómo era la vida en los noventa y principios del siglo veintiuno, tendrá que recurrir a los libros de Coupland, que reflejan el mundo externo pero también el interno, el que atañe a las preocupaciones del hombre, que al fin y al cabo son parecidas a las preocupaciones del hombre de hace décadas. Y eso es lo mejor de este escritor: que el envoltorio es perfecto y retrata el mundo informático y posmoderno, pero no se queda ahí. Pues sus personajes, al final, suelen experimentar una búsqueda, anhelan un cambio y saben que lo que de verdad importa son las relaciones humanas, y no las tecnológicas. Por eso los geeks de “Microsiervos”, aunque se sirven de las herramientas digitales para entretenerse y trabajar, acaban liberándose de sus ataduras, de sus tumbas en vida, descubriendo el amor y relacionándose con otras personas. Saliendo a la luz.