Alguien me dijo que “Los Soprano” va mejorando en cada temporada. Parece que es cierto. La segunda temporada incluye algunos nuevos personajes geniales. El más recordado quizá sea Richie Aprile (a quien interpreta David Proval, que debutó gracias a Martin Scorsese en “Malas calles”). Aprile es el hermano de Jackie, el antiguo jefe de la banda, muerto por el cáncer. Aprile acaba de salir de la cárcel y reclama lo que cree que le corresponde tras ser encerrado. Quiere sus antiguos negocios, sus participaciones en los chanchullos. Su parte del pastel. Los creadores de Richie Aprile dejan claro en su primera aparición que éste tiene algo de psicópata y de testarudo. Sin que sepamos quién es, aparece en la pizzería de “Beansie”, le reclama un dinero y, cuando éste se niega a dárselo, le rompe la cafetera de cristal en la cabeza y lo apalea delante de los clientes. Poco después lo atropellará hasta dejarlo medio paralítico. El actor que lo interpreta es una versión reducida de Al Pacino, pero en feo. Tiene el mismo aire en las facciones que Pacino (y tal vez lo imite), aunque Proval es aún más bajito, lo que confiere cierta gracia a sus riñas y enfrentamientos con Tony Soprano, situación que recuerda a las discusiones que tenían Robert De Niro y Joe Pesci en “Casino” y “Uno de los nuestros”. Richie Aprile tiene muy mala leche y es una de las piezas claves de esta segunda temporada. Es un capullo simpático.
Todo lo contrario es otra de las incorporaciones: Janice Soprano (Aida Turturro, prima del gran actor John Turturro), la hermana codiciosa de Tony. Si Richie Aprile dice las cosas a la cara y no esconde muchos secretos, salvo las ganas de convertir al nuevo jefe en fiambre, Janice es maquiavélica y se vale de sus artimañas venenosas para conseguir lo que quiere. Es un personaje irritante, que carece de la gracia que a menudo tiene Aprile, con quien forma pareja. Janice se las arregla para meter cizaña en los oídos de sus parientes. A veces incluso sentimos pena por ella, sobre todo cuando su hermano la abronca. Las broncas de Tony Soprano son legendarias. Y siempre asustan, y el personaje está cabreado en todos y cada uno de los capítulos (de ahí una de las razones para acudir al psiquiatra, pues su ira le impide tener relaciones normales con su mujer, sus hijos, su madre y sus hombres).
Hay otro personaje que aparece en esta segunda temporada y que apenas dice una palabra, pero confieso mi admiración por él. Se trata de Furio Giunta. Es el hombre perfecto para ejecutar los trabajos sucios sin proferir una queja y sin fallar. Furio tiene que partir caras, doblegar a los que no pagan y convencer a quienes se resisten. Y no suele fallar. No se cuestiona las órdenes y cumple sin rechistar. También es uno de los encargados de tirar de gatillo. Si es necesario, despedaza cadáveres para hacerlos desaparecer del mapa. A Furio lo reclutan en tierras napolitanas. Su antiguo feje era una mujer. Tony Soprano negocia con ella y se lo lleva a Estados Unidos. Furio, aunque es italiano, tiene cierto aire a Jackie Chan. Aunque en esta temporada adquieren menos protagonismo dos de los mejores personajes de la primera, es decir, la madre y el tío de Tony, sus intervenciones resultan inolvidables. Dos viejos cascarrabias que siempre andan enredando. De vez en cuando salen rostros conocidos del cine. El actor y director Jon Favreau. El psiquiatra al que encarna Peter Bogdanovich, gran director y actor ocasional. En la primera temporada salió Maria Grazia Cucinotta (a la que recordamos por “El cartero y Pablo Neruda”). A veces aparece Robert Patrick, aquel famoso villano de “Terminator 2”.