En el asunto cultural español la cosa suele funcionar así: a veces hay que llegar a viejo para que a uno le reconozcan los méritos. Conocemos cientos de casos, pero voy a hablar del más actual. Leemos que la Academia de Cine va a entregar el Goya de Honor a Jesús Franco (el tío Jess) por “su larga, rica y variada filmografía, así como por su absoluta entrega a la profesión”. Ahora. Justo ahora, cuando este hombre polifacético pasa de los setenta años y todo este circo de los premios y los homenajes en realidad le importará un bledo. Él ha dicho: “Nunca esperé reconocimiento de mi carrera”. Ahora, después de años de luchar en la sombra, de poner en pie proyectos sin un duro, teniendo que encargarse él mismo del guión, la dirección, la música o el montaje, rodando siempre sin subvenciones ni ayudas de ninguna clase, siendo homenajeado en otras tierras pero no en España, soportando los tiempos de la censura, las prohibiciones y la falta de apoyo de la crítica española, ahora, justo cuando ya le da igual, viene la Academia y le dice que le da un premio porque es un referente.
Tuvo que llegar Quentin Tarantino a decir que era fan de las películas de Jess Franco para que le hicieran caso las altas instituciones. Para que no pensaran que era sólo un loco empeñado en rodar película tras película a pesar de la falta de apoyos y de ayudas y de reconocimiento. En España, a menudo hay que atravesar un calvario para que a unos cuantos les reconozcan oficialmente su trabajo. Es como si dijeran: “Bien, ha vivido en el infierno durante toda su vida. Ya podemos compensar sus esfuerzos”. A Jesús Franco siempre le dieron calabazas en este país, pero nunca se rindió. Hace años leí su autobiografía, “Memorias del tío Jess”, esclarecedora y divertidísima, y hacia el final del libro hablaba de un filme que había rodado en París: “La película tuvo muy buena acogida, de crítica y público, y hasta la crítica oficial habló bien de nosotros. En España nunca se ha estrenado”. Es sólo una muestra del trato que ha recibido aquí y en el extranjero: muy diferente en ambos casos. En los últimos pasajes de estas memorias escribe: “A mi alrededor han ido naciendo, madurando y pudriéndose muchas falsas bahianas, estancadas en su glotonería y en su estupidez. Le han pedido al cine fama, gloria y dinero, olvidándose de que el cine es, sobre todo, una cuestión de amor, del que sea, y que el amor es generoso”. Hace casi un año, mi colega Andrés Ramón Pérez Blanco entrevistó a Jesús Franco y a su mujer, la actriz Lina Romay, para el fanzine “Creatura”. El tío Jess, hablando de las preferencias de su filmografía, le contaba: “He realizado 206 películas. De entre ellas destaco “Necronomicon”, “Ángel Negro”, “Justine”, “Drácula contra Frankenstein” y “Lucky el intrépido”. Casi todas las películas que he hecho me gustan menos que éstas”.
Jesús Franco es un hombre indomable, maldito, rebelde. No se ha vendido y España nunca se lo perdonó. Ha hecho lo que ha querido. Con pocos medios, casi siempre, y sin posibilidad de estreno en la mayoría de nuestras salas, las más de las veces, y soportando la calificación de “S” y “X” que convertía sus películas en obras prohibidas, de modo a que los chavales de mi tiempo, a mí al menos, nos eran vedadas. Teníamos que conformarnos con mirar las carteleras y las fotos en las fachadas de los cines de barrio. Le dan un Goya de Honor a Jess. Imagino que estará flipando. Riéndose por dentro, aunque es humilde y lo aceptará. No quiero perderme el discurso. Y que la Academia no olvide que Tarantino es fan de otro español maldito: Paul Naschy. Que vayan preparando el siguiente galardón. Ambos lo merecen.