Según una noticia del jueves pasado en la prensa, el Ayuntamiento de Madrid pretende instalar cámaras de videovigilancia en el barrio en el que vivo, al igual que hicieron en otras zonas, como la polémica calle Montera y la Plaza Mayor. Los vecinos y los comerciantes están de acuerdo, cuentan en el texto. Se cree que la zona mejorará. Que el Ayuntamiento pretende, gracias a esta medida, “rebajar los elevados índices de delincuencia y degradación”. Y se comenta algo que ya he escrito algunas veces en este espacio: que el número de delitos y broncas ha disminuido, merced a las patrullas diarias de policías en moto, en coche, en furgón y a caballo. Al menos en la zona centro del barrio, en la confluencia de calles que van a dar a la plaza.
Con la videovigilancia pretenden rebajar los delitos. Discúlpenme, pero no creo que eso sea tan fácil. Paso a menudo por Montera y, pese a las cámaras y a la comisaría de policía inaugurada en esa calle, aún veo gente de mal vivir por allí. Chulos, borrachos, prostitutas (que son las que menos daño hacen, digan lo que digan: su único cometido es estar paradas en las esquinas y apoyadas en los árboles). En la visionaria película “Minority Report”, de Steven Spielberg, los policías cuentan con un sistema de control que predice el futuro y les sirve para cazar a los criminales, apenas unos minutos antes de la comisión de sus delitos. Esta situación influye en el crimen, pero la seguridad no es absoluta. Los criminales, a pesar de saberse vigilados y de conocer estas predicciones, continúan asesinando a la gente. Y el exceso de control arrastra incluso al protagonista hacia los errores del sistema. El ser humano, las más de las veces, actúa por impulsos. Vean, si no lo creen, algunos casos. Las cámaras de vigilancia instaladas en el metro no impiden que un nazi humille o apalice a una chica extranjera cuando le da la vena. No impiden que las pandillas se vean envueltas en cruces de caminos en los que explota la violencia y salen los fierros y las porras a relucir. No impiden que, en las comparecencias callejeras de algunos ministros, los ofendidos arrojen objetos o traten de partirles la cara. Las cámaras de vigilancia no impiden que la gente siga atracando, asesinando, arrasando. Al tipo que explota, muchas veces le traen sin cuidado la policía, los juzgados, la cárcel o las cámaras. La única ventaja de esas cámaras (pero esto es una opinión muy personal) es que, aunque no eviten ciertos delitos, pueden ayudar a identificar a los culpables. Un tío atraca a una señora, le quita el bolso y le da un navajazo, si ella opone resistencia; al revisar las grabaciones, se puede identificar, perseguir y detener al fulano, pero nada ha impedido que la señora sea robada y herida. No creo, pues, que sirvan para prevenir, sino para ayudar a pescar a los culpables.
Las cámaras se van a instalar en las zonas de mi barrio quizá menos peligrosas (una de ellas se instalará en la calle en la que vivo). ¿Por qué? Supongo que quienes protestan viven en las calles céntricas y no en las menos marginadas. Y los políticos hacen caso a quienes votan, a quienes protestan. Tiene en cuenta, pues, la opinión de la mayoría: de los blancos, de los españoles. Por eso, sospecho, se vigilarán ciertas zonas y no otras, más empobrecidas y conflictivas. Debemos tener en cuenta, también, y pese a que los vecinos de los barrios vigilados estén conformes con la medida, que nos acercamos peligrosamente a una sociedad tan vigilada, controlada y observada, que, si antes teníamos un pie en el mundo descrito por George Orwell en “1984”, pronto vamos a tener los dos metidos en lo que llaman la “sociedad orwelliana”, o sea, un régimen totalitario. A saber: El Gran Hermano Te Vigila.