viernes, agosto 08, 2008

Lastres

Me propuse hacer un poco de limpieza. Registrar los armarios, abrir las cajas de cartón y escudriñar su contenido, hurgar en los cajones, revisar las estanterías. Mi intención era tirar aquellas cosas de las que uno podría prescindir. Es increíble la habilidad que tiene el hombre para guardar basura. Compras el periódico, lo dejas en la mesa del salón y le echas un vistazo al día siguiente. O una revista. O un suplemento cultural. Sólo lo ojeas por encima. Y dejas la lectura de un artículo, dos reportajes y tres noticias para otra ocasión. Se te olvida. Transcurre una semana y vuelves a comprar el periódico. Lo ojeas. Ya leeré los contenidos que me interesan, piensas. Y lo colocas encima del anterior. Es lo que llaman “la pila”, aunque el nombre suele atribuirse a los libros que uno almacena en la mesilla, los libros que leerá en breve.
Guardas facturas, sobres, folletos de publicidad, folios con garabatos, libretas con anotaciones y libretas en blanco, revistas gratuitas que coges en los cines, en los teatros y en las cafeterías. Durante la limpieza te encuentras con objetos que has guardado, pero no recuerdas cómo ni por qué. Tal vez en aquel momento significaron algo y decidiste posponer su envío a la papelera y, con el tiempo, olvidaste tus razones para almacenarlos. Abres una caja y descubres los dominicales de los periódicos de hace un par de años. Empiezas con el primero, diciéndote: “Si lo guardé, fue por algo. Lo miro y rescato la foto o el reportaje que me interese”. Esa revisión abarca unos dos números. Luego adviertes lo absurdo de la tarea. Es una pérdida de tiempo. Porque, aunque des un repaso a esas publicaciones y recortes las páginas que quieres leer, esos mismos recortes se acumularán durante uno o dos años más, y harán montaña cuando compres nuevas revistas. Te das cuenta de que la vida es así. Te pasas años guardando objetos y papeles que luego tiras en un arrebato matutino. Y vuelves a empezar: de nuevo recopilas cosas durante décadas y al final, en una tarde de cordura, las arrojas al contenedor. Revisas, pues, dos dominicales. Luego coges el montón y optas por tirarlo a la papelera. Como quien hace un corte limpio con su pasado.
Siempre es conveniente tirar. Liberarse de lastres. Aunque, con los años, nos arrepintamos. ¿Quién no ha oído a alguien decir aquello de “Tenía una colección enorme de carteles, pero me la tiraron a la basura”? En esta limpieza, como suele ocurrirme, encontré cosas que no sabía que guardaba. Durante varios días he llenado el contenedor de periódicos, de bolsas vacías, de coleccionables, de pijadas que regalaban con la prensa, de cajas que contuvieron figuras y muñecos de adorno. Como me niego a desprenderme de los libros, he tenido que buscar más huecos para ir metiéndolos. Reordenar el caos. Cambiar de sitio unos por otros para aprovechar el espacio. He descubierto libros cuya compra no recordaba. He encontrado libros que detesto, pero de los que no me desharé. Luego he recopilado todo el material disperso (cartas, postales, folletos, manuscritos, fotos de cine, libretas) y lo he metido en cajas pequeñas. Antes guardaba estos objetos en cajas grandes y las cajas grandes de cartón contribuyen al caos: se rompen al trasladarlas, no se aprovecha bien el espacio, son difíciles de acarrear en los traslados. Cuando vivía en Zamora, en uno de los pisos de La Marina, llené un armario empotrado de suplementos de un periódico. Una columna que me sobrepasó en altura. Hasta que en casa me llamaron la atención e hice lo conveniente: es decir, arrojarlo todo al contenedor.