Leyendo la prensa tropiezo con una noticia que habla sobre los verdaderos rostros de las operadoras (y operadores) de los teléfonos de las líneas eróticas. El asunto parte de un libro de un británico afincado en los Estados Unidos, titulado “Phone Sex”. Su autor se llama Phillip Toledano y en los periódicos y en la web del libro se pueden ver algunas de las fotografías de unos cuantos operadores. Por supuesto, y como uno ya sospechaba, no tienen nada que ver con las caras de esos anuncios eróticos que encontramos en revistas y en periódicos, donde cuelgan fotos de modelos y de actrices porno para que la gente se caliente, pique y llame al número del anuncio, tal vez creyendo que va a hablar con una mujer explosiva (o con un hombre explosivo) y de medidas perfectas, y que luego resulta ser un cardo o un trolebús, tal y como indican la mayoría de las imágenes que Toledano muestra en ese libro, o al menos en las fotos que permite ver en su página web. Nada de lo que anuncian existe, pero está bien tener pruebas reales, tangibles, y no sólo intuiciones y sospechas. Hay señoras que no caben por la puerta de sus casas, literalmente, y mujeres feas y envejecidas. Nada que ver con rubias neumáticas ni con chavalas de veinte años. Deberían echar un vistazo a este reportaje quienes gastan el dinero en llamar a dichos teléfonos. Se les diluiría el sueño y la esperanza con la rapidez de una vela derritiéndose dentro de un horno.
Las fotografías, según cuenta el autor, han sido tomadas en sus lugares de trabajo, es decir, en sus casas particulares. Se trata de gente casada, con estudios, con familias a las que alimentar y sin ninguna relación con los cuerpos y los rostros que ponen en los anuncios. Lo interesante, sin embargo, sería introducir un apartado en el que se vieran los rostros de quienes llaman, desesperados por una cita o por mitigar la soledad o por lo que sea por lo que el personal decide gastarse la pasta en esas llamadas de teléfono. Si han visto “Vidas cruzadas”, la libre adaptación que hizo Robert Altman de algunos relatos del maestro Raymond Carver, recordarán que este tema se trataba en una de las historias. Aparecía un personaje cuyo trabajo era atender llamadas guarras. Lo interpretaba la actriz Jennifer Jason Leigh. En una de las escenas, mientras suelta las habituales frases subidas de tono con el infinito cansancio de quien hace un trabajo rutinario y aburrido, sujeta el auricular entre el hombro y el cuello y le cambia los pañales a su hijo. En una ocasión es su marido en la ficción (el ya fallecido Chris Penn) quien observa cómo ella responde al teléfono y las cosas que dice a sus interlocutores. A pesar de la rutina y del cansancio, y de que ella no tiene nada que ver con lo que se imaginan quienes la telefonean, aquello crea un problema entre la pareja. El marido se siente celoso e impotente. Esa historia de Altman es una buena muestra de la verdad tras el envoltorio, de lo que hay en realidad tras una ficción que crean, a partes iguales, las empresas y la imaginación de los hombres solitarios. O en “Cosas que nunca te dije”, donde quienes contestaban al Teléfono de la Esperanza eran tipos tan fracasados como quienes llamaban pidiendo ayuda.
Estos engaños, estas confusiones entre la imaginación y la realidad son frecuentes en internet. Cuando algún amigo me dice que ha conocido por chat a una chica, y que “conectan” (en ambos sentidos), tiendo a desconfiar. Y digo: “No las has visto en persona, ¿cómo sabes que no es un loco de cincuenta años con bigote?”. En todos esos casos, es gente interpretando un papel. Son personajes.