Supongo que habrán tenido alguna conversación como la que voy a describir ahora, o que conocerán a alguien que la mantuviese. Los precios me los he inventado. Pero la cosa sería más o menos como sigue. Dos amigos se encuentran o se llaman o conversan por el chat. Uno pregunta al otro si se animaría a hacer un viaje con él, un viaje en avión, a Londres. Dentro de cinco meses. El otro le responde que ya le gustaría, pero anda mal de pasta, no se puede permitir hacer ahora viajes porque, entre la hipoteca y los gastos del coche que se ha comprado y demás historias, está con los bolsillos arrasados por las telarañas. El primero dice: “No te preocupes, hombre. He encontrado ofertas de vuelos que salen por diez euros. A veces incluso menos”. Ante el asombro del otro, el primero insiste en que un viaje con un coste de billete de avión de diez euros debe hacerse, aunque el billete sea para la zona más remota y conflictiva del país. Diez euros, hombre. Piénsalo. El otro no se lo piensa y acepta. Le encarga que compre los billetes; por su parte, buscará un hueco en su agenda para esos días.
Luego resulta que el billete a Londres, en efecto, vale diez euros. Pero en la oferta anunciada a bombo y platillo en la página web de la compañía no sumaban las tasas (eso queda para los siguientes pasos, para cuando has elegido ya los vuelos y te hacen el desglose total del precio). Además, mientras solucionan sus huecos de agenda, tardan en comprar los billetes unos cuantos días, lo que aumenta su precio: cuanto más se acerque la fecha del viaje, más se incrementará el coste. La oferta de diez euros sólo abarca los días laborables de lunes a jueves. De viernes a domingo es mucho más caro. Los dos amigos sólo pueden ir el viernes y volver el domingo, por motivos de trabajo. El domingo, el billete es más caro que el sábado. Lo de los diez euros, además, se refería sólo a la ida, pero también es necesaria la vuelta a casa. Así que seguimos sumando. Y quedan las tasas. Y ambos pagan con tarjeta, lo que añade más pasta al precio. Al final, el coste total de ese billete asciende a unos ciento cincuenta euros (ya digo que los precios varían, y este ejemplo es una invención, pero no está alejada de la realidad, e incluso en algunos casos el precio sube más). El segundo colega observa que ya es tarde para arrepentirse y se dice: “¡Qué demonios, sólo se vive una vez!”. Y un billete en el que pensaba gastarse diez euros, ingenuo e iluso, se multiplica y se suma a los gastos propios de alojamiento, diversión y comida. Y ese tío se ha gastado, entre unas cosas y otras, los ahorros del mes. En cierto modo le han engañado, pero también se ha dejado engañar. Porque lo han confundido. Le han tendido un cebo que incrementa el precio a cada paso, y al final uno pica y claudica.
El Instituto Nacional de Consumo ha metido mano en la publicidad de las páginas web de algunas compañías, y tras la inspección ha concluido que dichas compañías hacían publicidad engañosa y no cumplían ciertos requisitos legales. Algunas páginas anunciaban incluso viajes gratuitos: sin sumar las tasas al anuncio, of course. Según recojo de un diario nacional: “El objetivo de esta iniciativa, realizada conjuntamente con otros países de la Unión Europea, era verificar si las ofertas indican claramente el precio final y si se cumplen las condiciones ofertadas, así como analizar las condiciones generales de la contratación”. Si hoy uno entra en la página web de una de esas compañías aéreas comprobará que han cambiado las irregularidades. Ahora, cuando eliges un vuelo, pongamos entre Madrid y Londres, en letra de molde pone: “Precio por trayecto, todo incluido”. Ya no hay cebos.