…Que sigues adelante –te dices.
Esta mañana has apoyado el izquierdo
al levantarte. Te resistes a encender
la luz para no ver tan pronto las pa-
redes, el techo, las dos sillas y la
ridícula prominencia de las puntas de
tus pies bajo la manta: jueces todo
ello, voces acusadoras repitiéndote
inclementes que despegues tu culo de
la sábana… aun sabiendo que –proba-
blemente– no exista ya un mañana –y
con toda certeza– ningún hoy comesti-
ble: sólo este giro loco y monocorde
de los días y meses, como ese bajo con-
tinuo en un disco rayado.
En el cuarto de baño, ante el espejo,
le dices (al espejo) que hoy la cosa pa-
rece que se presenta dura y –sin saber
por qué– te aseas.
Algo más tarde, tras el último sorbo de
tu infusión de tila, respiras hondo,
miras por la ventana, después a tu cua-
derno, te sientas y –son una calma que
de tan súbita parece desvergüenza– te
dices que sigues adelante… y además te
lo crees.
Pablo G. Bao, Corazón de ternera