En los últimos tiempos suelo ir a las presentaciones de libros porque me interesa comprar el título que presentan y/o porque conozco al autor. Otras personas van a matar la tarde. Las presentaciones sirven para dar publicidad y para convencer al público de las virtudes de la obra. Cuando asisto a estos eventos ya estoy convencido de antemano de comprar el libro (si no, no iría), o puede que ya lo haya leído. Lo más común es que me acerque a saludar al autor. Acudí a la presentación del poemario “Americana”, de Ignacio Escuín, por doble motivo: hasta entonces no había encontrado por ahí ejemplares y aproveché para saludar a Escuín, con quien pude charlar una vez, hace un año, en otra presentación de Madrid. “Americana” es un libro que yo llevaba un tiempo buscando por la ciudad, sin éxito. Es un asunto de la distribución. Lo publica Ediciones Leteo y está muy bien editado. Por fortuna en la actualidad gozamos de los blogs, y yo conocía algunos poemas colgados por los lectores habituales de Nacho.
Dicha presentación fue el sábado por la mañana en La Librería Central del Reina Sofía de Madrid, uno de mis refugios habituales, donde soy capaz de pasarme horas buscando tesoros entre los anaqueles. Me sorprendió que muchos de los poetas a los que saludé no la conociesen. Nacho Escuín apareció en la librería tal y como lo recordaba: con una amplia sonrisa por delante, como una bandera de su humanidad, de su cercanía. Minutos antes de la presentación le pasaba lo que nos pasa cuando hay que subir al estrado, lo que suele ocurrir: estaba hecho un flan. No es lo mismo presentar el libro de otro, hacer de maestro de ceremonias y esquivar las posibles preguntas del debate, que ser el protagonista y tener que lidiar el toro hasta las últimas consecuencias. Les aseguro que la gran tortura para un autor es someterse a las presentaciones de sus libros, donde se suda, se quiebra la voz y tiembla el pulso. Quien lo probó, lo sabe, etcétera. Por allí estaban los poetas Nacho Abad, con quien alguna noche compartí farra por Lavapiés; Inma Luna, a quien conocí en otra presentación del barrio; Lucas Rodríguez Luis, a quien veo con frecuencia en este tipo de actos del centro (sospecho que somos vecinos); y Roxana Popelka, con quien había intercambiado algunos correos electrónicos sin habernos visto las caras antes. También estaban el poeta Jorge Riechmann, y el editor Rafael Saravia, y los encargados de la presentación del libro: Elena Medel y Juan Marqués. Saravia, de Leteo, hizo la introducción. Juan Marqués aportó la nota humorística y desenfadada, que es algo que a los espectadores de estos eventos nos acomoda mucho, nos relaja y distrae de las formalidades propias de esta clase de actos. Elena Medel habló de los anteriores libros y del viaje y del significado del poemario. Ignacio Escuín recitó algunos poemas, que es lo que debe hacerse, aunque ciertos problemas con el micrófono interrumpieron la lectura.
Me gustan las presentaciones de La Central: uno está entre libros, rodeado por todas partes de volúmenes y del grato olor a papel, como si las mesas de novedades fuesen islas de páginas hacia las que se nos van los ojos. Compré un ejemplar, le pedí a Nacho que me lo firmara. Lo leí al día siguiente, con calma, saboreando los poemas. “Americana” cierra una trilogía, que comenzó en “Pop” y “Couleur” (aún no los he podido conseguir, pero estoy en ello). Es un viaje a aquel continente, que nos deslumbra con la noche americana del norte y sus embrujos de neón y nos asusta con la pobreza del sur y sus miserias, pero también un viaje interior, del que el poeta sale más seguro de sí mismo, más solo, pero más fortalecido.