En el año noventa y cinco Óscar Aibar, guionista de cómics, se propuso adaptar al cine su propio tebeo, ilustrado por Miguel Ángel Martín: “Atolladero, Texas”. Su primera película como director se convirtió en “Atolladero”, a secas. No vi el filme, recuerdo que su distribución fue limitada y que todo el mundo lo consideró un fracaso y le dieron palos a mansalva. No es fácil conseguir una copia y alguna vez he topado con unos minutos en la televisión, en horario de madrugada: lo que vi no estaba mal. Me quedan dos recursos: bajarla de la red o esperar a esa edición en dvd con el montaje del director que anuncia Aibar. También recuerdo que Aibar fue uno de esos cineastas obsesionados con cambiar las directrices más clásicas del cine español (ya saben: dramones, guerra civil, posguerra) y hacer cine de género como hicieron Álex de la Iglesia, Amenábar o, antes que ellos, Jess Franco. Películas diferentes, de terror, ciencia-ficción, western hispano. Aquí estas aventuras suelen saldarse con críticas, aunque a menudo la taquilla los apoya, lo cual significa que el público quiere algo más que historias de guardias civiles y hambrientos en época del franquismo.
El rodaje de “Atolladero” (y su posterior estreno) deparó lágrimas y sufrimientos e insomnios a su director, y lo dejó en el dique seco durante años. Tardaría ocho años en volver a poner en pie otra película. Toda esa experiencia la cuenta ahora en una novela autobiográfica, “Making of”, que acaba de publicar Mondadori. Si alguien tiene dudas sobre qué es verdad y qué es ficción, que busque las recientes entrevistas que le han hecho a Aibar, donde explica las pequeñas alteraciones de la realidad. Es una novela, de modo que están justificadas las licencias. Y, además, una novela autobiográfica, con lo que esto comporta: digamos un cinco por ciento de ficción. Así debe hacerse, no hay otro modo. “Atolladero” fue bautizado como un western de ciencia-ficción, y rodado en las Bardenas Reales. A todo el mundo le asombró y despistó el reparto: Pere Ponce, Joaquín Hinojosa, Félix Rotaeta, Iggy Pop, Carlos Lucas y Benito Pocino (luego haría de Mortadelo), entre otros. Las noticias de aquel rodaje me recordaron a otro director que gusta del riesgo y del equilibrio en la cuerda floja: Alex Cox.
Compré el libro y lo leí en una tarde. Tras disfrutar del mismo, trataré de leer el cómic de Aibar y Martín y hacerme con una copia de la película. Pienso que los tres podrían conformar un lujoso pack para coleccionistas. No puedo juzgar “Atolladero” por no haberla visto, pero me quito el sombrero ante la valentía de alguien capaz de meter en el mismo cartel a dos personas tan opuestas y dispares como el rockero Iggy Pop y el actor Carlos Lucas. “Making of” transcurre en dos tiempos distintos: la mayor parte se ambienta en el desierto, durante el rodaje de la película y la posproducción; el resto, en un pueblo llamado Alcantarilla en el que, años después, Aibar es homenajeado en un festival de cine y le suceden varias desventuras. El lector puede jugar a descubrir los nombres de los famosos, aquí encubiertos pero fáciles de adivinar (ej.: Jim Rock es Iggy Pop). Y puede adentrarse en lo que significa un rodaje Made in Spain, plagado de anécdotas divertidas y/o amargas: el actor que no para de meterse farlopa, el tipo que se gasta los cuartos en el teléfono erótico, el equipo que trabaja sin haber cobrado, la muerte de Rotaeta durante el rodaje, los cambios de guión sobre la marcha, las imposiciones de los productores, los tijeretazos de montaje. “Making of” deberían leerlo esas personas que critican al cine español y lo consideran una fiesta de jetas, cuando en realidad es una suma brutal de sacrificios, decepciones y agonías.