lunes, marzo 03, 2008

Burgess & Kubrick

He vuelto a revisar “La naranja mecánica”, como conté en mi blog. El poder de esta película es descomunal. Creo que no hay nadie que permanezca indiferente ante ella después de verla por primera vez. No existen medias tintas. O la amas o la odias. Te golpea en el estómago. Te sacude. Te despierta. Tras los primeros pases (yo pude verla en el cine y la fascinación aún me dura), y durante un tiempo, uno enfoca su vida a despreciarla o a ensalzarla, según los casos, dado que cuenta con tantos seguidores como detractores y está bien que así sea. Es un filme al que regreso de vez en cuando. En su reposición en cines lo vi doblado, y el doblaje es bastante patético, como sucede con muchas de las películas de Stanley Kubrick (basta con citar “El resplandor” o “Dr. Strangelove”). En dvd puedo desquitarme y verla en inglés. La voz de Malcom McDowell en esta película es difícil de imitar. Tras esta revisión he estado dándole vueltas al modo en que Kubrick influye en los espectadores que la descubren por primera vez y asisten atónitos a la fascinación estética y musical que produce. Me arriesgo (es una opinión muy particular) a considerar que a los amantes de “La naranja mecánica” la película nos influenció de dos modos muy distintos, dependiendo de si tenemos la cabeza más o menos amueblada o si estamos perturbados. Me incluyo en el primer caso. Y a continuación describo esos dos comportamientos.
Modelo 1: Persona más o menos sana. Tras el primer pase de “La naranja mecánica” uno se adscribe a una especie de religión que consiste en tragarse todo lo relacionado con la película. Empiezas escuchando a Beethoven con más atención, o escuchando composiciones suyas que no conocías. Lees la novela de Anthony Burgess con el mismo deslumbramiento con el que viste el filme. Te interesas por McDowell. Te preguntas por qué el éxito se lo comió. Por qué hizo luego tanta basura. Si no la conocías, intentas ver la filmografía completa de Kubrick. Te fascina Kubrick, al que muchos odian. Empiezas a cantar, a ratos, “Singin’ in the Rain”, o te haces con la canción original y vuelves a la película de Gene Kelly. Te fascina la parafernalia de los protagonistas: los bastones, los gorros y sombreros, los tirantes, las pestañas postizas. Pero no te atreverías a ponerte nada de ese vestuario. Si acaso, en carnavales, harás lo posible por disfrazarte de Alex y sus drugos. Con tus amigos empiezas a utilizar la jerga que has aprendido con Burgess y Kubrick: drugo, ultraviolencia, videar, tolchoquear. Escuchas las canciones que hablan del filme, como esa de Los Nikis. Cuelgas el cartel en la pared de la habitación. Buscas la banda sonora original. Escuchas a Wendy Carlos. Adoras el pop. Odias la violencia y todo lo que conlleva. Estas son las influencias benignas, a las que me adhiero y las que antaño practiqué.
Modelo 2: Persona más o menos perturbada. Tras el primer pase, sales a la calle deseando romperle a alguien la cara. Mejor si es un mendigo, un vagabundo, un viejo, una señora indefensa. Quieres pelearte con una banda rival. Empiezas a llevar cadenas y navajas ocultas en la ropa. Lo que te gusta es la violencia. Dominar. Arrasar. Ponerte tirantes finos e intentar enseñarle al mundo que Alex y sus drugos son un símbolo de poder. Usas botas militares. Deseas romper cabezas, y lo haces. Te rebelas contra los padres, las autoridades, las instituciones. Dejas de leer. O lees sólo libros perniciosos. Puedes golpear a vagabundos, y además ahora puedes grabarlo en el móvil para montarte tu propia peli, tu propio cortometraje casero. El resultado es que has entendido y asimilado mal el filme. Estas son las influencias nefastas.