Aunque la quitaron hace tiempo de la cartelera, uno de mis primos me recomendó que viese “Rocky Balboa”, la última y suponemos que definitiva entrega del curtido boxeador que se inventó Sylvester Stallone a mediados de los años setenta. Confieso que me había reído del regreso de Rocky. Me parecía un proyecto vano y oportunista. Pero sólo se trata, como dijo algún crítico, de darle un final digno a una saga legendaria. Antes de ver esta sexta película del personaje, decidí volver a ver las anteriores. La primera de todas me entusiasma. Antaño me sabía de memoria los monólogos de Rocky y los diálogos que mantiene con su entrenador, el entrañable Burgess Meredith. Y aún recuerdo algunas líneas del guión. Me ha parecido oportuno dar un repaso a esta saga, ya que un par de películas de Balboa contienen ciertas enseñanzas. No en vano, la primera parte estuvo nominada a diez Oscar y fue recompensada con tres estatuillas, y es un clásico.
“Rocky”. Este primer filme representa la idea del hombre de barrio, del tipo que no tiene nada, del fracasado que no tiene dónde caerse muerto, que sale adelante y a flote gracias a su voluntad y a la fortaleza de su corazón, como se encargan de recordar aquí y en las secuelas. Está ambientada en el boxeo, pero la historia y el mensaje podrían trasladarse a otros deportes e incluso a otros ámbitos de la vida. Poca gente recuerda que el propio Stallone escribió el guión. “Rocky” sigue siendo una maravilla y soporta el paso del tiempo, con escenas míticas como el entrenamiento de madrugada, previa ingestión de huevos crudos, o las disputas entre Balboa y su entrenador. “Rocky II”, en cambio, me parece muy floja. Ha perdido parte del espíritu de su predecesora. Es casi una repetición de lo mismo, pero peor. La mayoría de los diálogos son estúpidos. Quizá Stallone estaba entonces más preocupado por repetir el éxito que por pulir un guión de calidad. “Rocky III” vuelve a elevar el listón. La historia empieza a cambiar. Se cuestionan que Balboa siempre peleó con tipos blandos. Vive una vida de lujo y acepta ser entrenado por su viejo rival, Apollo Creed. Y se enfrenta al tipo más rabioso con el que se ha topado, un boxeador al que da vida el estrafalario Mr. T, antes de ponerse fondón haciendo “El Equipo A”. Rocky ya no es el mismo. Ahora le preceden la fama y la riqueza. “Rocky IV” es, en cambio, uno de los grandes pestiños de todos los tiempos. No sólo por su tono panfletario y su concepto de la superioridad del norteamericano medio, sino por algo peor: carece de guión. Consiste en varios videoclips mal montados. Ni siquiera cuenta con la música de Bill Conti. Aunque debemos reconocer la espectacularidad de los combates entre Rocky y Drago, como sendos David y Goliat en el ring. “Rocky V” supone un nuevo giro. Balboa y su familia regresan a la pobreza de sus orígenes. El boxeador se convierte en entrenador. Supera al anterior capítulo, pero no alcanza el nivel de la tercera parte.
Y llegamos a la última. “Rocky Balboa” es una sorpresa y un broche perfecto. Los diálogos vuelven a remitir a la primera película, con un Rocky que va por las calles ayudando a la gente y soltando chistes. Pero algo ha cambiado en el camino. Ya no se trata de un joven con lecciones que aprender, sino de un hombre con lecciones que enseñar. Está bien escrita y bien dirigida, y me ha gustado porque no es un filme sobre boxeo, sino sobre envejecer con dignidad. Sobre el derecho de un hombre a luchar, a mantenerse firme, a resistir los golpes. Lo dice Rocky: “Nadie golpea tan fuerte como la vida”. La vida es el oponente más duro. El más cruel.