He visto un vídeo de promoción de una antología poética que aún no tengo, pero que compraré un día de estos, y me ha llamado mucho la atención lo que refleja. El libro es “Poesía para bacterias”, con selección y prólogo del combativo escritor underground Sergi Puertas. El propósito es llevar la poesía a la calle y devolverle su esplendor a los ojos de la gente. En el índice hay en torno a cincuenta poetas, grandes poetas, hombres y mujeres con garra, que no están dentro de la oficialidad de la poesía, sino en los márgenes, y por ello mismo resultan más atractivos y, por supuesto, rompedores. Para evitar suspicacias y malentendidos, no mencionaré a los autores, porque eso supondría nombrarlos a todos y sus nombres y apellidos ocuparían medio artículo.
En el vídeo de promoción intervienen un par de poetas (y buenos amigos) y se entrevista a varios ciudadanos. Blancos, negros, árabes. Hombres, mujeres, niños. La cámara sale a la calle. Los intercepta, les hace preguntas de las que a veces huyen. Preguntas como “¿Se sabe algún poema de memoria?” o “¿Le gusta la poesía?” Nadie quiere leer un poema, nadie recuerda versos o autores, casi todo el mundo entiende mal las preguntas. Ya se trate de un grupo de negros sentados en un muro, o de un borracho lamiendo una lata de cerveza, o de señoras que pasan caminando, nadie entiende el término “poesía”, y puedo garantizar que el entrevistador vocaliza bien y habla alto y claro. “¿Le gusta la poesía?”, pregunta. Y responden: “¿Policía? ¿La policía?”, en el caso de los españoles. Y “¿Pulisía? ¿La pulisía?”, en el caso de los extranjeros. Empezamos mal. Nadie recuerda un poema o un título. En algunos casos, reconocen que no la leen o que no les gusta. El cometido de este libro, y también del vídeo, es devolver al pueblo el interés por la poesía. Se dice en algún momento, me parece, que el problema de base está en la educación que nos dieron, y estoy de acuerdo. En las clases nos enseñaron a aborrecer la poesía porque, entonces, nos hicieron creer que los poemas eran un tostón. Nos obligaban a leer poemas que solían cumplir dos requisitos (salvando algunos casos): 1) provocaban el aburrimiento, y 2) su contenido era incomprensible. De ahí se desprende la creencia habitual y errónea de que la poesía debe ser tediosa e imposible de entender. No faltan casos en los que uno muestra un poema puro, auténtico, soberbio, a alguien que comulgó con aquellas ruedas de molino que nos hicieron tragar, y responde: “Bueno, pero eso no es poesía”. Y lo dice porque, aunque en el fondo le ha gustado, no le cabe en la cabeza que haya podido comprender el poema y, encima, disfrute con su lectura.
Hagan la prueba. Pregunten por ahí, a sus familiares y conocidos, si suelen leer poemas. La mayoría responderá que no. Respuestas típicas que yo he oído: “No, yo no leo poesía. No la entiendo”, “Uy, a mí la poesía no… No sé, no me gusta”, “Hace años que no leo un poemario”. Otra prueba evidente es que yo me mantuve alejado de la lectura de los libros de poemas durante años. Muchos años. Pero un día descubres a estos poetas marginales y marginados, políticamente incorrectos, rabiosos y feroces y radicales, y compruebas que te hablan sin tapujos de cosas que conoces y entiendes. A mi familia le he devuelto el placer de la lectura poética gracias a unos cuantos de esos autores recogidos en el libro de Sergi Puertas. “Lee esto”, decía yo. “Uf, es que a mí la poesía…” Y entonces lo leían, se enganchaban, recomendaban el libro, volvían al entusiasmo que debe provocar un buen poema. En un mundo perfecto deberíamos llevar poemas impresos en nuestras camisetas.