El fallecimiento de Heath Ledger ha vuelto a revelar el talento del ser humano para la crueldad. Crueldad sin límites que incluye difamar a los muertos, no respetar su memoria, difundir bulos y no dejar que los familiares velen el cadáver en paz y sin molestias. Parecía que uno encontraba el descanso eterno al morirse. Pero no. Los demás necesitan remover las tumbas. Yo no sé si los espíritus vagan por ahí; es posible que no, pero no tengo pruebas. Si vagan, seguro que están hartos de difamaciones. Tras la muerte de Ledger, hace unas semanas, se puso en marcha la maquinaria de los bulos y los cotilleos. Que si consumía drogas. Que si no paraba de meterse rayas. Que si llevaba veinte años tomando coca. Que si se le veía en un vídeo. Que si tal y que si cual. Quizá fuera verdad o quizá fuera mentira. ¿Y qué? ¿Los adultos no tenemos derecho a hacer lo que nos venga en gana con nuestro organismo? El “Aquí hay tomate” desapareció, por fin, de la tele. Pero el auténtico y más perjudicial “Aquí hay tomate” está en la realidad, en esas personas que gozan y no viven para otra cosa que la difamación. Con Brad Renfro nadie se metió porque, primero, no era tan famoso, y, segundo, murió de sobredosis. Cuando ya eres drogadicto y la gente te reconoce como culpable de tu propia muerte, nadie se mete. Es la sospecha o la incertidumbre lo que desata las malas lenguas. Lo que activa la maquinaria de la crueldad.
La autopsia de Ledger indica que murió por accidente al abusar de medicamentos con receta. Él llevaba unos meses hecho fosfatina. Dormía poco, tenía dolores, estaba cansado del trabajo. Los forenses han tenido que dar la razón a la familia del actor y reconocer que la muerte fue accidental y, así, de paso, callar unas cuantas bocas. Leí acerca de un programa o un show nocturno de Estados Unidos en el que su presentador aprovechó el fallecimiento de Ledger para hacer gracejos y poner algunas escenas de “Brokeback Mountain” y mofarse del finado ante el mundo. Me parece completamente asqueroso. Ojalá esa gente, en su lecho de muerte, tenga el corazón carcomido por la culpa. Porque la culpa es un roedor que se agazapa dentro de nosotros, un roedor muy paciente, capaz de aguardar años para salir de su guarida y empezar a devorar el corazón. Siempre me gustó el personaje del viejo enfermo de “Magnolia” porque, moribundo, a punto de irse al otro barrio, reconoce su culpa, confiesa sus traiciones y sus infidelidades. Cuando tiene la muerte cara a cara: entonces no puede más y necesita liberarse de la culpa, de sus pecados.
Es muy frecuente, en España, que se monte un tinglado de estos en los programas del corazón y de la prensa amarilla. Se especula con la muerte de un famoso. Que si Fulanita tomaba drogas. Que si murió sola. Que si murió borracha. Que si Menganito le daba al frasco. Que si se metía pastillas. Da auténtico asco. Dan ganas de vomitar. En fin, Fulanita y Menganito están muertos y enterrados y tratan de descansar (algo imposible cuando eran famosos). Pero no. Hay que meter el pie en sus tumbas y removerlas. Hay que sacar la basura y molestar. Pienso en el fallecimiento de Francisco Umbral, por ejemplo. Unos cuantos aprovecharon para ponerlo a parir en sus tribunas. No digo que la muerte haga bueno a todo el mundo. Ni de lejos. Digo que se les deje en paz. Bastante faena es morirse, como para que encima difamen tu memoria y los familiares y amigos, que son quienes más sufren, tengan que aguantar toda esa sarta de barbaridades. Uno siente náuseas. Las familias de las celebridades suelen pedir respeto. Casi nunca lo obtienen.