jueves, enero 10, 2008

Rompe la baraja

¿Recuerdas los objetivos que te habías propuesto cumplir hace un año? Empezó enero y estabas dispuesto a lograr una serie de requisitos. No me digas cuáles son, el tema es lo de menos. Todos albergamos algún propósito, aunque sea secreto. Puede tratarse de conquistar a esa chica que ves a diario en la cafetería donde desayunas antes de entrar a clase, o de dejar tu hábito de fumador, o de empezar con el deporte, o de beber menos en las noches de sábado, o de cambiar de trabajo, o incluso de ser más comunicativo con los de tu entorno. Hay miles de ejemplos, así que no importa lo que te propusieras. Lo más seguro es que no lo lograras. O que sólo lograras una o dos de esas diez metas que doce meses atrás te habías propuesto alcanzar.
Bueno, no pasa nada, hombre. No te desanimes. Siempre hay tiempo para segundas oportunidades. Acaba un año y uno repasa mentalmente lo que ha conseguido y lo que no, y esa retahíla de deseos que casi nunca cobraron la forma ruda pero agradable de la realidad. Una y otra vez, por Navidad, probablemente te digas: “Es definitivo: este año empiezo a ir al gimnasio. Y voy a aprender idiomas”. Y aplazas ambas metas. Hoy estás cansado. Mañana no te apetece. Al tercer día te surge algo y no puedes ir a apuntarte a ese gimnasio o a esa escuela de idiomas o lo que sea. Al cuarto día te regañas en silencio y juras que, antes de dos semanas, habrás empezado a cumplir. Pero llega el fin de semana. Y vuelves a estar cansado. O no tienes ganas. Sea como fuere, lo aplazas. Y entonces llega la Semana Santa. Sin darte cuenta, como si la fecha estuviera agazapada a la vuelta de la esquina y no la hubieras visto aparecer. Después de esa fecha y las vacaciones y el cansancio posterior, probablemente habrás olvidado ya tus propósitos. Volverás a recordarlos quizá en verano, cuando sea tarde o estés bañándote en el mar o en un lago. En otoño, te dices. En otoño dejo de fumar. En otoño voy a la autoescuela. En otoño me apunto a clases de guitarra. Y, salvo que tengas mucha fuerza de voluntad, en otoño vuelves a olvidarlo. Te atrapan las navidades y luego te preguntas a dónde se ha ido el tiempo, como se lo preguntaba ese autor norteamericano al que lees de vez en cuando; o al que, tal vez, nunca hayas leído. En cualquier caso, te preguntas lo mismo. Y eso es lo que, al fin y al cabo, también se preguntan los que, al contrario que tú, cumplieron sus propósitos de Año Nuevo y ahora van por la segunda o tercera ronda.
Insisto en que no debes desanimarte. Cada año que empieza es una segunda oportunidad. Cada día de tu vida debe ser un festín. Aunque tengas días malos. Eso ya no importa. No importa si los días son buenos o malos. Lo importante es que los tengas, que los vivas, que los bebas hasta la última gota. Como dicen en “House”, lo más importante no es el amor, sino el oxígeno. Pero conocemos casos de gente célebre que se quedó sin amor, y entonces se le acabó el oxígeno. Se marcharon al otro barrio muy rápido, en pos de quien les daba aliento para vivir. En fin, volvamos al principio. No cumpliste. Pero da igual. Vuelve a plantearte otros objetivos. Si eres incapaz de hacer realidad los que te proponías hace un año o dos, abandónalos entonces. Empieza de cero. Abre nuevos caminos, fija nuevas metas. Rompe la baraja y comienza otro juego. Como cuando estás aburrido ante el ordenador y juegas con la máquina al Solitario: si te van mal las cosas, abandonas la partida y la reinicias. Esta es la buena, te dices. Ahora va en serio. Es mi turno. Ya no es sólo un juego.