viernes, noviembre 02, 2007

Punto de fuga

Un par de semanas atrás volví a ver la película “Vanishing Point”, que en España titularon “Punto límite: Cero”. Mi relación con esta cinta es algo extraña. Yo sabía de la existencia de la película, pero jamás había tenido la oportunidad de verla, y me remonto a hace unos años, puede que a principios de este siglo o a finales del anterior. En aquel entonces la pasaron una noche por televisión, en la segunda cadena. Uno de mis colegas, siempre a la caza de películas raras, de filmes de madrugada y de series que le sorprendan, tuvo la ocurrencia de grabarla en vídeo. La vio y me habló de ella. Una película que le había encantado. Un título del que ni siquiera había oído hablar. Me la prestó y reconozco que, en principio, no tenía demasiadas ganas de verla, pese a su fama. ¿Un filme de coches, en el que el protagonista se pasa una hora y media de metraje al volante, drogado hasta las cejas, con el trasfondo de los años sesenta? A priori, no parecía muy prometedor, por una sencilla y paradójica razón: me entusiasman las “road movies”, pero me aburren los coches. Suena raro, pero es así.
Me gustó. Estaba repleta de tensión, de carreteras polvorientas, de una banda sonora muy acorde con la historia y la época. Entonces no me fijé en quién había escrito el guión. Es una película de culto, de serie B, pero eso no ha impedido que su equipo técnico y artístico no haya vuelto a hacer nada notable. Su protagonista, Barry Newman, ha caído en el olvido. Su director, Richard C. Sarafian, hizo después “El hombre que amó a Cat Dancing” y “El hombre de una tierra salvaje”, y con los años pasó a encargarse de telefilmes y películas olvidables. No dirige desde hace diecisiete años. Cleavon Little, que se llevó el mejor papel secundario de la película, hizo unas cuantas comedias antes de morir de cáncer de colon en el noventa y dos. Y aquí viene lo mejor. Lo que yo no recordaba. Durante la revisión de hace unas semanas, me fijé en los títulos de crédito. El guión lo firmaba un tal Guillermo Caín. En seguida asocié aquel nombre con el de Guillermo Cabrera Infante, dado que firmaba sus crónicas cinematográficas como Caín. Después busqué información sobre “Vanishing Point” y, en efecto, el guión era de Cabrera Infante. Y así se entiende que una película con formato de serie B y con un argumento simple (un tipo tiene que cruzar medio país en tiempo récord, para llevar un coche hasta California, saltándose todas las normas y con la policía pisándole los talones), un filme para pasar el rato, esconda tanta miga.
“Vanishing Point” es una especie de “Easy Rider” con coches en lugar de motos. Es un compendio de algunos valores de los años sesenta. Pero, para mí, supera a “Easy Rider”, que está muy bien, pero a la que traicionaba un poco el delirio psicodélico de la parte en la que sale Jack Nicholson. La diferencia es que el guión de “Easy Rider” está escrito por Terry Southern (entre otros), y Southern no es tan bueno como Infante. En “Punto límite: Cero” está el tema del racismo: el locutor de radio de un pueblo pequeño, un hombre negro interpretado por Cleavon Little, apoya la desquiciada carrera de Kowalski, el protagonista, y es apaleado por los tarugos conservadores del pueblo. Está el nudismo y el amor libre, en esa escena en la que Kowalski pide ayuda en una casa del desierto y por allí deambula una chica en cueros que le ofrece pasar un buen rato. Están las drogas, que toma el conductor para resistir horas y horas al volante, sin dormir ni comer. Está la intolerancia de los pueblerinos yanquis y la solidaridad de los hippies. Está el abuso policial. La herida de Vietnam, la homosexualidad, las sectas, el nihilismo del antihéroe, la lucha contra el sistema. Es un espejo de la época.