Al llegar a las últimas páginas del cómic “Persépolis”, que conforman un epílogo en color, añadido a la edición que engloba todos los números de esta historieta gráfica de la autora persa Marjane Satrapi, enrojecí al leer una crítica general a Occidente y particular a los medios de comunicación europeos. Enrojecí porque la autora tiene razón, y mediante el humor y el dibujo nos ha hecho llegar un muestrario de tópicos sobre cómo vemos desde fuera a países como Irán. En una viñeta que ocupa una página entera de este epílogo, a la protagonista de la historia (la propia Marjane Satrapi) varios curiosos europeos le preguntan por Irán y sus señas de identidad. Dado que el cómic es autobiográfico y que la autora viajó en varias ocasiones a distintos países de Europa, y que hoy reside en París, alejada de los corsés impuestos a las mujeres iraníes, podemos pensar que esas y otras preguntas se las han hecho una y otra vez a ella, que se dibuja con los ojos abiertos y cara de perplejidad mientras la interroga la gente que ha leído su obra o ha oído hablar de la misma o la conoce personalmente.
Quiero traer aquí esas preguntas, porque algunas de ellas han resonado en mi cabeza y me apostaría cualquier cosa que también en la de muchas otras personas. Las copio tal cual aparecen en la novela gráfica: “¿Es que en Irán todo el mundo es terrorista?”, “¿Es verdad que allí las mujeres no pueden trabajar?”, “He visto la película “No sin mi hija”. ¡Tiene que ser terrible vivir en esas circunstancias! ¡Pobre!”, “¿Os desplazáis en camello?”, “Si, como dices, la mayoría de los iraníes son como tú o como yo, ¿cómo es posible que se haya producido la revolución islámica?”, “¿Se puede esquiar en Irán? ¡Yo creía que sólo había desierto!”, “¿Qué diferencia hay entre chiítas y suníes?”, “Habláis en árabe, ¿verdad?”, “¿Las iraníes llevan siempre velo?”, “¿Nunca has escuchado música pop?”, a lo que, en viñeta aparte y dirigiéndose al lector, la protagonista responde que “Me hacen las mismas preguntas desde hace trece años” y “Es como si cuanta más información se tiene, menos se supiera”, entre otras cosas. Y, finalmente, dice: “Mirad, esto es lo que os han mostrado de mi país en los últimos 24 años” y señala una viñeta en gris y negro (en contraste con el color de su personaje) en la que ha dibujado mujeres que llevan el chador puesto y se lamentan, hombres barbudos con gesto y actitud hostiles y tanques y tipos pegándose tiros. En suma, una imagen tenebrosa, como si allí todo el mundo fuera fundamentalista o se dedicara a hacer correr la sangre de los demás.
Por eso Marjane Satrapi enseña en su obra, tanto en el cómic como en la película, la cara desconocida de su tierra, la parte rebelde, los hombres que no se dejan una barba boscosa y las mujeres que sólo se ponen el velo al salir a la calle, las familias que reniegan de lo que está prohibido aunque sólo puedan hacerlo en privado porque, si las pescan, son arrestadas. Los jóvenes que van a fiestas y beben alcohol y fuman tabaco y hachís, que se pasan en secreto los discos de grupos de música occidentales y prohibidos. Que se conectan a internet o disponen de una amplia variedad de canales de televisión. Al leer todo esto, enrojecí. Porque algunos tópicos nos los han vendido los medios. Nos enseñan lo que quieren (o, mejor dicho, lo que vende: la sangre, el llanto, la bomba, el cadáver), y por eso pensamos que en los países de Oriente Medio todo el mundo empuña un arma y es violento. Exagero en esto, pero es una manera de decirlo. Tampoco se le da mucha publicidad al cine iraní. He visto algún filme de Abbas Kiarostami y sólo ofrecía el aspecto rural y campesino.