A la gente con talento que permanece en la sombra se le debe tender una mano. Una de las feas costumbres de nuestro tiempo es fiarnos del trabajo artístico de alguien sólo con la condición de que sea famoso, su nombre salga en los papeles oficiales, le hayamos visto por televisión o encontremos en la red alabanzas de terceros. Existe gente que no se lee un libro a menos que un colega de trabajo se lo haya recomendado, pero al mismo tiempo también se lo recomienden su primo, su vecina y su jefe. Otra gente no va a ver una película hasta que no le han hablado maravillas de ella. Habrán tenido conversaciones de este pelo. Alguien te dice: “Vete a ver esa película, es muy buena”. Y tú respondes: “No creo que vaya, me han dicho varias personas que es mala”. Hace tiempo yo hacía lo mismo, y me queda algún residuo pero se me va curando. Me refiero a que, antaño, sólo me atrevía a comprar los libros que cumplían dos requisitos: si iban a hacer una película basada en tal texto; o si aparecían reseñados en los suplementos culturales al uso. Ahora procuro ceñirme a otra brújula: fiarme un poco menos de los papeles oficiales y fiarme un poco más de mi olfato y de mi intuición. Esto último me depara grandes hallazgos, pero también me conduce a comprar libros que luego resultan ser una basura. Sobre estos últimos acostumbro a colocar un manto de silencio. A los primeros procuro darles cancha. El olfato a veces falla. Con la intuición, con la de cada uno, me refiero a que las cosas no deben gustarnos sólo porque lo hayan dicho el vecino y el crítico más reputado del mundo, sino porque nos gusten de verdad. Este es uno de los problemas de las grandes editoriales, que reciben cientos de manuscritos y, tras leer los nombres de los autores, se preguntan: “¿Quién es este tipo? Nunca he oído hablar de él”. Y los relegan al cajón de devoluciones. O a la trituradora.
Esta introducción obedece a unas razones. Porque desde hace unas semanas leo un blog titulado “El eco de los libros”, uno de los varios que tiene en la red el zamorano Juan Luis Calbarro. Conecto con esta bitácora porque incluye varias reseñas de los autores norteamericanos que a mí me gustan, y me permite la posibilidad de descubrir otros nombres cuyas obras no han sido aún traducidas en España. Porque quien las firma lee en inglés. Y eso es un lujo. Leer en su lengua a Bukowski, a Plath, a Burroughs, a Algren, etcétera. El primer día me fijé en el nombre de quien las escribía: Luis Ingelmo. Luego quise indagar un poco en internet, y resulta que Luis es una caja de sorpresas (tanto en lo que respecta a su biografía como a sus lecturas, traducciones y escrituras). Así que me decidí a escribirle para darle la enhorabuena por su trabajo y para compartir ciertos gustos literarios.
Para empezar, Luis Ingelmo vive en Zamora. Allí es profesor de inglés. Nació en Palencia y, cuando contaba cuatro años, su familia se trasladó a Salamanca. Terminó los estudios de COU en una ciudad próxima a Milwaukee. Se licenció en Filología Inglesa en Salamanca. Vivió unos años en Zamora; después, en Chicago. Tras Chicago, de nuevo Zamora. Ha colaborado en revistas y traducido poemas de varios autores. Acaba de traducir el estudio “Breaking New Ground: The Transgressive Poetics of Claudio Rodríguez”, poeta del que hoy traduce una selección de sus poemas al inglés. Hace poco presentó “La torre”, el libro de otro zamorano, Enrique Cortés. Participó en el reciente seminario sobre Claudio Rodríguez, y muchas cosas más. Ingelmo tiene obra inédita, pero seguro que acabará publicada. Y tiene proyectos de traducción que a mí me parecen muy apetecibles. Y espero que se editen.