Casi hasta resulta divertida la manera en que las grandes empresas nos engañan con sus productos y nosotros tragamos y consentimos el engaño. Veamos, por ejemplo, ese invento de añadirle cuchillas a la máquina de afeitar de toda la vida. Cada cierto tiempo vemos en televisión un anuncio de una nueva maquinilla. En esos anuncios siempre sacan a hombres recién afeitados. Les embadurnan la cara de espuma y, cuando se pasan la cuchilla por las mejillas y el mentón, nos ofrecen la impresión de que afeitarse los cañones de la barba es tan fácil como borrar el lápiz de un cuaderno con una goma. Nada más lejos de la realidad. Los anuncios de maquinillas de afeitar presentan un mundo de ficción, una realidad que no existe. Nunca oímos el ruido que hacen las hojas al rascar el mentón, ni vemos esos hilillos de sangre que salen cuando nos damos un corte poco diestro, ni muestran esas múltiples pasadas que hay que darse en el cuello para quitar los pelos difíciles de cortar. Sí, ya sé que es un anuncio y que deben vender, etcétera. Pero un adulto no traga ese cuento. Cuando eres un crío y aún no te afeitas y ves esos anuncios en la tele, parece que el rasurado es una maravilla, que resulta tan simple como secarse la cara con una toalla.
Yo soy uno de esos despistados a los que engañan las empresas que añaden más cuchillas a sus máquinas. Me afeitaba con una máquina de dos hojas. Inventaron una con cabezal basculante, o no sé qué. Y la compré. Salió la de tres cuchillas y también la cogí. Luego prosiguieron con inventos. Que si sensor, que si excel, que si no sé cuántos. Las compré todas, fiel a mi papel de incauto que se deja engañar. Hace unas semanas salió una que tiene seis cuchillas. Como te lo cuento. Cinco hojas por delante y una por detrás. Un lujo. Una máquina con más hierro que Vizcaya, que diría Quevedo. En los anuncios juran que apura más, porque las pasadas de las cinco hojas te cortan bien los pelos. Es decir, que si el trabajo sucio que le toca hacer a la primera cuchilla no es del todo satisfactorio, no hay problema: la tropa que viene detrás, las otras cuatro hojas, ya se encargan de rematar a los heridos y de completar la faena. Por si fuera poco, queda la sexta cuchilla, la que va en la parte posterior. Esa es para repasar los rincones difíciles, y curiosamente cumple mejor en solitario que las otras cinco atacando en manada. Bien, pues también la compré. No olvidemos que cada cuchilla que añaden aumenta mucho el precio de venta. Y es en este punto, desde mi última compra, cuando me he dicho: “Hasta aquí hemos llegado”. Después de afeitarme con la máquina de seis cuchillas tengo la cara como un mapa, como si hubiera salido de “La Pasión de Cristo”. Heridas y rasguños y cortes por doquier. Es entonces cuando me he dado cuenta, aunque tarde. El número de cuchillas no implica que el afeitado sea más perfecto. Si nos pasamos una máquina con cinco filos por la piel, es como si nos rasurásemos cinco veces. Mas el repaso ocasional de la hoja trasera, lo cual equivale a afeitarse seis veces seguidas. O sea, un destrozo para la piel. Una auténtica carnicería. Sale más barato y saludable dejarse una barba moruna.
Así que volveré, en cuanto se me acabe el último recambio de esta máquina maravillosa que no lo es tanto, a usar lo de siempre. Las dos cuchillas, o las tres. Tres es mi tope. Dentro de unos años inventarán otra de siete hojas. “Las siete magníficas”, podrían llamarlas. Y, cuando necesiten vender más, una con diez cuchillas. ¿Qué más da? En fin, yo creo que si a nuestros abuelos les bastaba una hoja para apurarse la barba, ¿por qué nosotros no nos conformamos con algo parecido?