Volví a la sala La Riviera. Tocaba Travis. Me fascina el tinglado de buscavidas que menudean en los alrededores de los edificios donde hay conciertos. Hombres que venden camisetas del grupo y que no tienen ni un triste mostrador para colocarlas, y por eso las extienden en la acera, como si fuera un top manta de ropa. Tipos que llevan un cubo en el que hay una bolsa de hielo y varias latas de cerveza y de refrescos, y se plantan ahí, junto a un coche o un árbol, de pie, ofreciendo a voces su mercancía. Jóvenes que ponen una mesa de camping y preparan brebajes y copas en vasos de plástico para vender. Gente que se coloca tras un puesto ambulante, con plancha y bandejas, para preparar en el acto bocadillos de panceta, de salchichas, de lomo, de chorizo frito. A medida que uno avanza hacia la sala o hacia el estadio, los puestos poseen más recursos. Primero se topa con quienes sólo acarrean latas y, quizá, un cubo donde han metido hielo para mantener frías las bebidas. Después, con los que plantan la mesa. Más tarde, con los puestos ambulantes dotados de plancha, electricidad, etcétera. Hay que ganarse la vida, y este es un método como otro cualquiera, y antes y después de cada concierto siempre hay un montón de gente hambrienta o sedienta o con ganas de emborracharse o de comprar una camiseta.
Esta vez también nos pusimos cerca de una de las barras. En la barra superior que hay frente al escenario, junto a la barandilla, desde donde se puede gozar del directo sin que te aplasten ni te empujen. Como es habitual en La Riviera hacía un calor infernal, un calor pegajoso y muy contaminado de humo. La entrada de Travis me pareció apoteósica. O, al menos, me pareció una manera muy original de dirigirse al escenario y sorprender al público. Para empezar, se apagaron las luces de la sala. Luego sonaron los tambores de la Fox, ya saben, la musiquilla que precede, por ejemplo, a la saga de “La guerra de las galaxias”. Después escuchamos, a todo trapo, el tema principal de “Rocky”, de Bill Conti. Los tipos de Travis surgieron de la parte trasera de la sala, de alguna puerta que había debajo de donde estábamos nosotros. Los precedía un vigilante de seguridad, o un guardaespaldas, calvo e inmenso, como una mole de roca. Llevaba una linterna e iba pidiendo paso entre el mogollón. Detrás de él iban los de Travis, ataviados con esos batines que llevan los boxeadores antes del combate. Una entrada, pues, digna de “Rocky”. Le echaron mucho coraje al asunto, porque no hay nada más peligroso que meterse entre los fans, en mitad del jaleo. Tras atravesar la marea de gente (las entradas se habían agotado unos días antes) subieron al escenario, se despojaron de las batas y tomaron los instrumentos.
Lo que más me sorprendió del grupo escocés fue su habilidad para los registros, además de su calidad. No es fácil pasar de un tema rockero, cañero, en su línea, a interpretar una versión de un éxito de Britney Spears, “Hit Me Baby One More Time”, quizá el tema más conocido de la rubia del pop, y transformarla en algo bueno, en una canción digna y pegadiza. O tocar el “Back in Black”, el clásico de AC/DC, sin abandonar el registro de rock duro que caracteriza al tema. El solista logró mover a todo el mundo, haciendo saltar a la gente durante una de las canciones, como si tuviéramos “ten years old” (o eso me pareció entenderle). La primera mitad del concierto fue algo menos movida. En la segunda mitad tocaron algunos de sus mejores temas, hicieron esas versiones, enfervorizaron al público. El sonido fue pésimo, me dijeron algunas personas. Supongo que eso es cuestión de los técnicos.