El último viernes hubo un par de notables eventos literarios. En la librería La Central del Reina Sofía presentaban el número cuatro de la revista Hache. Asistían la escritora Cristina Morano y los poetas Mercedes Díaz-Villarías y Antonio Lucas. Me hubiera gustado acudir, aunque no soy asiduo a las presentaciones literarias (o cada vez lo soy menos), sobre todo para escuchar los poemas de Mercedes, de quien me han hablado muy bien. Conozco algunos de sus textos, pero aún no he topado con ningún libro suyo en las librerías de Madrid, y eso que los he buscado. En Leganitos, una calle paralela a la Gran Vía y cerca de Plaza de España presentaban los hermanos Rubén y Diego Marín A. una antología de poemas sobre canes, “Vida de perros”. Pero yo no podía ir a ninguno de los dos eventos porque tenía entradas para el directo de Travis, y queríamos llegar en cuanto abrieran las puertas para coger un buen sitio. Le pregunté a Diego, a quien conozco desde hace tiempo por nuestras epístolas electrónicas, dónde podría conseguir el libro, del que ha hecho la selección, escrito el prólogo y el epílogo y un poema, amén de la edición. De momento no tenía distribuidora en Madrid, así que el método más efectivo de conseguir el libro era ir a la presentación y comprarlo en persona. Así que fui andando hasta allí, con el tiempo pisándome los talones.
Mi aparición fue fugaz. Entré, me presenté a los hermanos Marín, a quienes nunca había visto en persona, compré mi ejemplar y charlé unos minutos con mi paisano Jesús Hilario Tundidor. Él es uno de los colaboradores del libro, que reúne más de cien poetas (algunos de los colaboradores me parecen discutibles como poetas e incluso como escritores, pero en todo caso la nómina reunida es apabullante). Estaba allí para leer su poema, junto a otros autores. La conversación con Jesús fue breve, rápida, como si fuéramos detectives de novela negra que se encuentran de paso en el escenario de un crimen, comparten cuatro datos y se van. Yo no tenía tiempo para más, ya digo. Pero hablamos de este periódico, en el que siempre se le trata con cariño y respeto. Hablamos de Lavapiés y del Café Barbieri, de las últimas obras que ha publicado, de teléfonos y correos electrónicos, de la posibilidad de quedar alguna tarde a tomar un café, de mis artículos, de esto y de aquello. Unos minutos después me tuve que ir, o no hubiera llegado a tiempo: habíamos quedado en Embajadores y nos tocó coger el metro para ser puntuales.
Lo malo de Madrid es que siempre se juntan varias citas interesantes en el mismo día y a la misma hora: conciertos, presentaciones, recitales poéticos. Lo malo de Madrid es que, cuando quieres ir a alguno de ellos, la pereza te puede, salvo que hayas comprado ya las entradas. Uno se plantea ir a tal o cual evento, una presentación, por ejemplo, y mira la calle a la que tiene que ir, y consulta los planos de la ciudad y comprueba que debe coger el metro o el autobús, y entonces es cuando la pereza lo retiene. Calcula el tiempo que le costará ir desde casa, estar en la presentación y volver, y a menudo pueden ser tres horas, unas veces más y otras menos. Pero volvamos al libro, a esa “Vida de perros”, cuya idea surge a partir de la muerte del perro de Diego Marín. En los poemas reunidos encontramos varios temas afines entre los autores, varios temas que les obsesionan, que nos obsesionan a quienes tenemos o hemos tenido un perro: el abandono en la carretera, la muerte indolora por inyección letal, la fidelidad del can (siempre leal, amigo y compañero), el vacío que deja su ausencia en nuestras vidas, su modo de lamerse las heridas y lamernos las nuestras.