Volví a ver El Dorado (la buena, la de Howard Hawks, no el peñazo que hizo Saura), y me sigue entusiasmando. La entereza de John Wayne, hábil con el rifle, el revólver, el caballo, los enemigos y las mujeres. El arrojo de un jovencito James Caan que se tira de cabeza al peligro, aunque no sepa disparar. La veteranía irónica del viejo Arthur Hunnicutt. Y, sobre todo, ese inmenso Robert Mitchum cuyo personaje pasa por una etapa de sucio alcohólico con una vis cómica que pocos duros han tenido en una pantalla. Diálogos ágiles, contundentes, marca Hawks. Dijo Tarantino en una entrevista que ninguna película de Howard Hawks le aburría. Le damos la razón.