En YouTube, dónde si no, han colgado un vídeo en el que, antes de la habitual entrevista, charlan “off the record” el entrevistador, Fernando Sánchez Dragó, y su entrevistada, Ana Botella, a la que el primero piropea un poco en un considerable arrebato de mal gusto. El vídeo es una filtración, dado que recoge un momento más o menos delicado, un momento en el que se habla fuera de las cámaras, antes de comenzar ese telediario que se parece tanto a una secuela de “Cocoon” (ya me entienden). Conviene comentarlo.
Al principio, Dragó dice que se ha olvidado de llevarle a Botella su último libro. Le comenta que ella y su señor marido aparecen en algunas fotos del interior de esa publicación y entonces la mujer de Aznar pregunta: “¿Y cuánto tiempo has estado escribiéndolo?” Dragó, de quien sólo vemos una mano arrugada porque está fuera de plano, responde: “En realidad es un libro que me lo han preparado”. Es una entrevista imaginaria que uno de sus colaboradores ha compuesto, mediante las herramientas de Copiar y Pegar, utilizando declaraciones de la obra de Dragó. Éste asume: “Y yo no he hecho nada. No puedo”. Oiga, así da gusto publicar libros. Que otro tipo haga el trabajo sucio mientras tú apareces en la portada, vas a las ferias a firmar, sales en las fotos y cobras los beneficios. Así da gusto. Eso es un lujazo al alcance de unos pocos. Pero lo que llama la atención de este episodio no es que Dragó no haya arrimado el hombro en la confección de su nuevo libro (que tiene una portada tan cutre como los opúsculos que publica César Vidal, cuyos ejemplares me encuentro por cientos, y no exagero, en los sótanos de las librerías de saldo, porque nadie los quiere), y ya conocemos un montón de casos similares, sobre todo si “el autor” trabaja en televisión y no tiene tiempo, como Ana Rosa Quintana; no, eso no es lo que a mí me llamó la atención, sino la respuesta muda de Ana Botella. Salvo que sea una actriz grandiosa, y sepa disimular bien, el caso es que, durante la confesión de Dragó, ella no descompone el gesto, no se inmuta, no se sorprende. Lo entiende. Le resulta familiar. Mientras el presentador del telediario le dice que no ha hecho nada en su último libro, ella parece estar pensando: “Ya, qué me vas a contar que no sepa. Así es como ha publicado sus obras mi Josemari, que anda sin tiempo. Y, claro, si no tienes tiempo para escribir, tendrá que hacerlo otra persona en tu lugar, ¿no?” Que Aznar tampoco goce de tiempo para ponerse a escribir lo reconoce luego ella misma, tras la invitación del presentador, que insiste en que la pareja vaya unos días a su pueblo: “Está todo el día viajando”.
Pero ya ven, estos son los libros que luego se encaraman a las listas de los diez más vendidos: el del presentador de telediarios que está muy ocupado, el de la maruja de la crónica rosa que está siempre en el plató, el del ex presidente que está todo el día de viaje. Hemos llegado, pues, a una época en la que a gran parte de los lectores ya no les importa si el autor ha escrito o no el libro, ni lo que cuenta dentro, sino que su nombre aparezca en la portada, encima del título. Basta eso, y la foto, para comprarlo. Así funciona este país. Y aquí debemos aclarar una cosa: no es lo mismo el libro de Ana Rosa, AR, como la llaman ahora, escrito por un negro, que el libro de Dragó, que viene a ser una antología de sus textos. Sin embargo, el autor debería tener cierta responsabilidad, preparar él la selección o contribuir de alguna manera. Todos esos libros de presentadores, showmans, comediantes, y tal, que sacan de los monólogos y telediarios, suelen ser fruto del trabajo de otra persona.