Para mí las vacaciones significan desconectar de la actualidad, viajar un poco y escribir sólo el artículo diario. Desconectar de la actualidad puede resultar arriesgado si ocurre algo muy importante y tú, allá en la playa o en una casa entre los bosques, no te enteras. Así que no escucho la radio (de hecho, llevo varios años sin escucharla, aunque en mis tiempos de estudiante era adicto a algunos programas matutinos y nocturnos). No leo la prensa, salvo algún diario el viernes o el sábado de cada semana. Y apenas veo la televisión.
Pero algunos días, después de comer, he puesto los telediarios, por ver qué cuentan. Ya hemos dicho que, en verano, esos telediarios son lamentables. En verano la noticia más frecuente es que hace calor. Lógico, ¿no? Estamos en verano y lo normal es que haga calor. Pero no debería convertirse en noticia. Eso deberían enseñarlo en las escuelas de periodismo: la noticia en verano no es el calor, ni ese invento tonto de “la ola de calor africano”, sino el frío o la lluvia y el tiempo desapacible que a veces arruina el mes. Son demasiado obvios. Igual que en “Memorias de Queens”, cuando el chico protagonista masculla, cada vez que entra en casa: “¡Joder, qué calor hace!”, y su padre, molesto, le responde: “¿Qué esperabas? Estamos en agosto”. Los telediarios de verano me hacen reír tanto como las películas de los Hermanos Marx, sobre todo cuando los reporteros les preguntan cosas absurdas a los turistas. Reportero: “¿Cómo combate el calor?”. Turista (léase con la voz de cazalla de un señor tosco y despistado): “Pues a la sombra, todo el día a la sombra. Y, a ratos, metiéndome al agua”. Segundo turista (léase con voz de maruja angustiada por los sofocones): “Uy, es que este calor es horrible, majo. Pues mira: así andamos, con el abanico a cuestas. Y bebiendo mucha agua, que es algo muy bueno. Y a la sombra”. Tercer turista (léase con voz de joven que lleva gafas de sol y está contento por salir en la tele): “Pues metiéndome en los sitios que tienen aire acondicionado. Y en la playita, bajo la sombrilla, que se está fenomenal”. Ese es el núcleo de la mayoría de los telediarios.
Hace poco vi en un telediario un reportaje sobre un concurso de tortillas de patata que habían celebrado en no sé dónde. Supongo que no les apetecía hablar de guerras ni del hambre en el Tercer Mundo, ni de las penurias económicas de los poetas y de los escritores y de otros artistas, ni de los perros abandonados en las cunetas, ni de otros temas esenciales, y prefirieron las tortillas. Me reí mucho. Reportero: “¿Cómo elaboran las tortillas de patata?” Cocinero: “Pues se baten los huevos, se añade sal, se mezclan con las patatas y la cebolla y se echa en la sartén”. ¿Y qué esperaba? A preguntas obvias y sencillas, respuestas obvias y sencillas. Dice el locutor que las tortillas se hacen “con patatas y con cariño”. A mí eso me parece una chorrada, porque he comido viandas cocinadas por tipos de mal humor que no ponían ningún cariño en el preparado de las recetas y luego sus platos sabían a gloria. En esa maravilla titulada “Ratatouille” queda claro que el misterio de la cocina no reside en el cariño, sino en una sabia mezcla de intuición, de improvisación y de conocerse las recetas de memoria. A veces les da, en los telediarios veraniegos, por hablar de los helados y sus nuevos sabores, que es un tema muy socorrido pero ya es viejo y no comporta novedad alguna. Pero prefiero que hablen de tortillas, de helados y de concursos de pueblo y que no nos den la paliza con el calor. Todos los veranos lo mismo: los telediarios hablan del calor y yo los critico. Como diría J. J. Millás: “No somos nadie”.