El carácter de los políticos de este país en el que vivimos es, probablemente, uno de los culpables de que hagamos el ridículo cuando las estrellas vienen de fuera. Aunque también el carácter de la gente en general: recuerden la última vez que estuvo Leonardo DiCaprio en España, cuando él y el resto del equipo de la película “Diamante de sangre” llegaron tarde a la rueda de prensa por culpa del retraso de su vuelo; hubo abucheos y DiCaprio encaró el asunto sin perder la calma. A consecuencia de ello, la mitad de los periodistas de los medios convocados quedaron como maleducados y DiCaprio quedó como lo que es: un caballero y un profesional. Woody Allen eligió Barcelona para rodar su nueva película, que entra dentro de esa etapa en la que prefiere alejarse de su adorada Nueva York y ambientar historias en otros países. Y allí ya han montado un circo los políticos de un ramo y del otro. La historia de siempre: esta vez, el PP y el PSC volcándose acusaciones. La noticia debería ser que el director rueda ya su primer filme en escenarios españoles, pero los responsables políticos se han encargado de darle la vuelta y convertirse en los protagonistas de la noticia, cuyo titular ha sido el siguiente o parecido: “El rodaje de la película de Woody Allen en Barcelona divide a los grupos municipales”. Uno lee las noticias y, en vez de encontrarse con los pormenores que envuelven a Javier Bardem, Scarlett Johansson, Joel Joan o Penélope Cruz, tiene que tragarse un empacho de acusaciones municipales.
Gente del PP dice que los del PSC han montado un jaleo provinciano, lo cual probablemente sea verdad porque Allen no es una estrella como tal, sino un artista, y en España ante estas visitas nos comportamos como si viniera a vernos Mister Marshall. El PP también ha criticado el viaje del alcalde a Nueva York: se exige que justifique los gastos. Alguien ha comentado, además, que es “la primera vez que Allen rueda una película fuera, en un país no anglófono”. Y ese dato es erróneo. Si uno conoce el cine de Woody Allen y, además, investiga un poco, averiguará que una de sus primeras cintas como director, “La última noche de Boris Grushenko”, fue rodada en Budapest y en París. Y eso por no hablar de otros filmes que requirieron de exteriores distintos a su ciudad, como “What’s Up, Tiger Lily?”, rodado en Japón, o “El dormilón”, con localizaciones en diversas zonas de California. Es un error decir que Allen no ha rodado fuera de Nueva York hasta “Match Point”. Lo que sí es cierto es que, desde “Annie Hall” hasta “Melinda y Melinda”, no quiso filmar en otros rincones.
Allen, ante esta suma de despropósitos, debe estar alucinando. Ojalá refleje ese peculiar carácter de los políticos españoles en su nueva película: siempre puede haber lugar para la improvisación y para deslizar alguna ironía sobre cómo nos portamos en España. En cualquier otro lugar del mundo los gobernantes y la oposición estarían encantados de que un tipo de la calidad artística del gran Woody Allen fuera a rodar a su tierra. Se pondrían a su servicio, pero con elegancia. Aquí lo que se hace es discutir, lanzarse acusaciones, mientras el artista y su unidad contemplan atónitos el espectáculo. Es muy posible que el equipo español de la película esté avergonzado. Por si fuera poco, en algunos diarios se acusa de secretismo al rodaje, dicen que Allen ni siquiera quiere desvelar el título. Si se informaran un poco sabrían que la costumbre del director es elegir el título al final, durante el montaje. En este asunto, tanto los políticos de la derecha como los de la izquierda están haciendo el ridículo.