Tras unas semanas de suspense conocimos el rumbo de la alcaldía de Zamora. Hemos tenido tres días para digerir los resultados y madurar las opiniones. Había tres posibilidades, y los calificativos que les pongo son, por supuesto, a priori, pues luego la política depara innumerables sorpresas: la buena (pacto de IU-PSOE-ADEIZA), la mala (pacto de PP-ADEIZA) y la regular (gobierno en minoría del PP). Al final salió la regular, o sea que Miguel Ángel Mateos, en giro esperado para algunos e inesperado para la mayoría, decidió votarse a sí mismo, con lo cual quedó la alcaldía en manos de Rosa Valdeón. Tenemos, por tanto, dos cambios significativos: un nuevo rostro en la dirección del Ayuntamiento y, por primera vez en la historia de esta ciudad, el cargo lo ocupa una mujer, lo cual es un paso adelante en una provincia conservadora y machista como la nuestra. Enhorabuena por ello. Esperemos que Valdeón no se apunte al carro de las cacicadas, culpable de muchos de los males que asolan a Zamora. De momento a sus aduladores les ha dado una alegría próxima al orgasmo, si me apuran.
Mateos ha decidido que todo siga como antes, es decir, que continúe gobernando el PP, después de pegarse bailes de tanteo con unos y con otros. Pero, según he leído y escuchado por ahí, ha cavado su propia tumba (en el plano político, se entiende), al menos de cara a sus votantes, aunque también por parte de quienes no le votaron. Es decir, que le están cayendo palos de todos los lados: de la izquierda, la derecha, el centro y hasta del apuntador. Decían en “El bueno, el feo y el malo” que el mundo se divide en dos clases de personas: los que sostienen el revólver y los que cavan (la tumba), y lo decían al pie de la letra pero se puede tomar también en sentido metafórico, es decir, quienes ostentan el poder y mandan y quienes pierden y obedecen. Por otro lado en esta ciudad, una vez más (y van…), hemos hecho el ridículo. Eso es lo que se ha visto desde fuera, desde otras tierras. Ya lo advertían los medios de comunicación el viernes: Zamora era la única capital que aún no había establecido un pacto veinticuatro horas antes de formarse el Ayuntamiento. Siempre tocamos la misma canción. Tras el tiempo de espera y los nervios que acarreó la incertidumbre se aguardaba algo distinto, un giro político que se ha quedado en nada o, como hubiera dicho mi abuelo, resultó ser una gaseosa disipada. La gaseosa parecía que nos iba a salpicar a todos, pero al abrirla se comprobó que estaba sin gas, sin fuerza. No dio lo que se esperaba.
Uno de los mayores problemas de ADEIZA es que no ha tomado partido por nada, ni por la derecha ni por la izquierda, y se dice que, quienes no toman partido, resultan sospechosos. Sin embargo, al no decantarse por una u otra opción le ha entregado el poder al Partido Popular. Quiere decirse que, incluso escurriendo el bulto, a no querer se toman decisiones. No hay peor postura, en política, que aquella que conduce a cabrear a los votantes. Lo tendrá difícil Miguel Ángel Mateos para recuperar su imagen de cara a la ciudad y al electorado, y me duele porque a mí siempre me ha parecido un hombre cabal. La moraleja de este asunto, que ha deparado litros y litros de tinta y aún deparará muchos más, es que en Zamora no puede darse un cambio radical (como en el programa ese, tan patético), un poco de oxígeno. Visto lo visto, no se producirá jamás. Como dice un amigo mío (otro exiliado, claro): “En el fondo nos viene bien que Zamora siga siendo una especie de asilo sin futuro. Así, cuando nos jubilemos, volveremos a vivir allí y será la ciudad ideal para nuestra vejez”.