Uno de los géneros más amenos del cine es aquel que pone a un hombre corriente dentro de una situación que se le escapa de las manos. En los setenta se hicieron filmes inolvidables, sobre todo gracias a tipos como Sidney Lumet. Quizá uno de los actores que supo coger el relevo fue Harrison Ford. Su filmografía está plagada de esas historias, las del hombre de la calle convertido en héroe de acción a la fuerza. Ford empezó muy bien, y ahí están para demostrarlo la saga de Indiana Jones y “Frenético”, “La Costa de los Mosquitos” (aunque en menor medida) o “El fugitivo”. Lástima que ese papel lo haya explotado en los últimos años en una serie de películas muy flojas, a veces encarnando a policías o militares: “Seis días, siete noches”, “La sombra del diablo”, “Air Force One”, “K-19”, “Hollywood: Departamento de homicidios” y “Firewall”, ese brodio mayúsculo. Todos rezamos para que Ford vuelva a ser quien era a partir de la cuarta entrega de Indiana Jones, pese a que su físico ya no está para muchos trotes (y, quien no se lo crea, que se trague “Firewall”).
Son varios los intentos de la industria cinematográfica contemporánea por hacer películas al estilo Lumet y Sam Peckinpah, aquel bendito maestro. Pocos directores lo han conseguido. En vez de rodar productos duros, sin concesiones al espectador medio, con secuencias brutales y protagonistas canallas, ofrecen finales felices, héroes de cartón y escenas de mucho meneo a las que les quitan la violencia para que luego la puedan alquilar las familias en Blockbuster, sin peligro de encontrarse a un tío acribillado a tiros o una teta al aire; lo que digo de Blockbuster no es una invención, dado que los magnates de Hollywood, según he leído, miran con lupa la distribución posterior en la televisión por cable y en los alquileres de esa cadena de videoclubes. Ahora mismo recuerdo pocos filmes recientes que, imitando a Lumet, me hayan satisfecho como espectador. Uno de ellos sería “Día de entrenamiento”, arrolladora película en la que brillan Denzel Washington y un Ethan Hawke convertido en héroe a la fuerza. Quizá encajen aquí las notables “Fargo” y “Un plan sencillo”. “Breakdown” tampoco estaba mal: es aquella del ciudadano a cuya mujer secuestran, protagonizada por Kurt Russell y que cambia el escenario urbano por las siniestras carreteras de los Estados Unidos. Merece la pena mencionar “Un día de furia”, una de las grandes películas de Joel Schumacher. A “16 calles” no le falta algo del viejo empuje de Lumet, aunque sea una especie de copia de “Ruta suicida”. No me olvido de “Amor a quemarropa”, con un protagonista que trabaja en una tienda de cómics y acaba envuelto en baños de sangre. Ni de “Una historia violenta”, aunque el tratamiento de David Cronenberg es muy diferente al de los thrillers mencionados. Hay unas cuantas más, pero no quiero que esto se convierta en una lista.
Ninguna de ellas, no obstante, tan poderosa como esas películas setenteras y violentas, que dejaban un sabor más amargo a los espectadores: “Perros de paja”, “Deliverance”, “La huída”, “Los tres días del cóndor”, “Malas tierras”… He vuelto a ver “Tarde de perros”. Es una pena que los chavales no la conozcan. Recuerdo que la primera vez que la vi no daba crédito cuando nos dan cierta información sobre el personaje que encarna Al Pacino, un ladronzuelo con poca idea de cómo se atraca un banco. Esa información cambia totalmente el concepto del personaje y de sus actos. “Tarde de perros” conserva el vigor de ese cine brutal, sin concesiones, de hombres corrientes metidos en líos, al que me refiero.