Cuando faltan unos cuarenta días para que comience la nueva edición del Festimad, aún no conocemos más que el nombre de una de las bandas que participará en tal evento: Pearl Jam. Durante meses han anunciado que dicho grupo encabezaría el cartel de este festival de música. Nos han repetido hasta la saciedad que esa actuación de Eddie Vedder y sus muchachos será la única en España. Nos han recordado el precio de la entrada en la publicidad que circula por la red: treinta euros para el primer día; cuarenta euros para el segundo, que es cuando actuará Vedder. Y sesenta y dos euros si uno compra el abono para los dos días. Pero digamos que existe un problema: venden desde hace meses los tickets para el primer día del Festimad, pero añaden la frase “Artistas por confirmar”; lo mismo sucede con el segundo día, en el que añaden la frase “Pearl Jam y otros por confirmar”.
A mí me parece una tomadura de pelo que pongan a la venta, y con tanta antelación, entradas para un espectáculo que aún no existe, es decir, en el que aún no se sabe qué bandas y cantantes intervendrán. Bien, imaginemos que compro una entrada para el primer día, me gasto los treinta euros y luego los grupos que al final eligen no me gustan. Alguien dirá: “Bueno, sólo son treinta euros. Puedes ir al recinto, ver el ambiente y tomar unas cervezas”. Pero a mí no me convencería: con treinta euros puedo comprarme un par de libros (o más, si están en edición de bolsillo), o ir al cine unas cuatro veces, o salir un rato de copas. Lo del Festimad de este año es como comprarse en el supermercado una caja cuyo contenido ignoramos, a ciegas. Imagino al vendedor: “Esta caja cuesta treinta euros, por ser usted. Llévesela ahora, antes de que se agote. Pero no podremos revelarle lo que habrá dentro porque aún no lo hemos decidido. Cuando le llegue a casa el pedido, ya descubrirá usted si hemos incluido jamones de pata negra o paletillas de saldo”. Es, pues, una apuesta. Una apuesta a ojos cerrados. El caso del segundo día es distinto, dado que, como dicen mis amigos (y tienen razón), ver a Pearl Jam por cuarenta pavos es una ganga. Su último concierto en Madrid es uno de los mejores que he presenciado: una amalgama de calidad, rock puro, espectáculo, energía y nervio. Visto desde esa perspectiva, puede uno comprarse la entrada, ir al concierto del segundo día, escuchar a Vedder y a su banda y, luego, si no le gusta la oferta, irse a casa.
Pero, incluso en el caso de un grupo tan brutal como Pearl Jam, creo que los organizadores de esta edición del festival están jugando con el público. Es decir: de lo que se trata es de vendernos un único grupo. Poner a la venta las entradas con mucha antelación, darle publicidad y esperar resultados. Y me imagino esos resultados: si venden todo, ya está financiado el concierto. Entonces pueden tomarse la libertad de traer grupos de segunda fila, o grupos por los que no pagarías, o grupos desconocidos, que jamás serían cabeza de cartel de un gran festival. Y, si venden poco, a última hora pueden preparar un cartel de lujo, para agotar las entradas que no vendieron. No sé, me da la impresión de que ese es el truco de este año. Estuvimos tentados de comprar las entradas para Pearl Jam, pero en el último momento he dicho: “¿Y si luego el resto del festival es una basura, o a mí me parece una basura?” Se estarían beneficiando de quienes hemos picado. Habían anunciado para el once de marzo el cartel definitivo. Aún estamos esperando, a un paso de entrar en mayo. Esperemos que luego valga la pena y la programación sea de lujo. Sería lo mínimo.