Quince días sin apenas internet (sólo navegando, insisto, una media hora al día) te dejan al margen del mundo. De vuelta a casa, me apresuro a responder los e-mails atrasados que he recibido y a leer todos los blogs y revistas que tengo enlazados en el menú de la derecha, de los que apenas he podido atisbar algo desde mi partida. Quizá tarde dos o tres días, pero me pongo a ello ya.