Como mínimo, cada persona guarda un par de buenas anécdotas en la memoria. No me refiero a las anécdotas triviales, que a todos nos sobran, sino a historias con cierto grado de presencia kafkiana. Esas historias que, cuando las vemos en la ficción, decimos que no podrían suceder en la realidad. Un conocido, de Zamora para más señas, me envía un correo electrónico para relatarme dos de estas historias, al hilo de dos de mis artículos recientes: mis respectivos problemas con Metro y Telefónica. Me pide que lo mantenga en el anonimato y así lo haré.
La primera le ocurrió hace años. A raíz de ella cursó una denuncia, pero la copia se le ha extraviado por casa y no ha podido enseñármela. Al parecer, cada fin de semana subía al Auto-Res para ir hasta Madrid y, luego, tomaba el metro. Un domingo por la noche, tras bajarse del autobús y viajar en los vagones, quiso salir por la estación de Concha Espina, pero las puertas estaban cerradas. Se había quedado dentro, sin posibilidad de salir. Atrapado. Imagino que, como fue hace años, carecía de un móvil para solventar la situación (a quienes aún despotriquen de los móviles les vendrá bien aprender de esta anécdota). Así que tuvo que resignarse a pasar la noche en un banco, junto al andén. Puedo imaginar su soledad, su hastío, su impotencia, su cansancio y hasta su miedo, pues el subterráneo madrileño está surtido de leyendas negras en torno a enigmáticos inquilinos de la oscuridad, ratas gigantes, fantasmas perdidos y otras razas de noche. Pongan en juego su imaginación y véanse a sí mismos pasando una noche en el metro. Sin móvil, claro. Su denuncia fue publicada por la Organización de Consumidores y Usuarios.
La segunda es reciente. Quien me lo ha contado detectó, unas semanas atrás, que en la cuenta bancaria familiar les habían cobrado dos recibos por el uso de un número fijo de Telefónica que ellos no tienen: facturas de quince y de setenta y ocho euros. En noviembre del año pasado les llegó, además, una respuesta a una reclamación que no habían hecho. En dicha respuesta acordaban devolverles cuarenta euros; no los habían pedido ni guardaban relación con el asunto, y tampoco se hizo efectiva la devolución. Hace unos días les cobraron, de esa cuenta, doscientos sesenta y tres euros, por el uso de ese teléfono fijo y desconocido que no tienen. Mi informante acudió al Banco Español de Crédito a resolverlo, pero en la entidad le dijeron que, transcurridos dos meses, ya no podían hacer nada. Le recomendaron ir a una sucursal de Telefónica, donde le contaron que la culpa era del banco, pues el número de cuenta que figuraba en el recibo no se correspondía con el suyo, el del denunciante. Luego llamó a Telefónica y dijeron que, probablemente, alguien habría suplantado la personalidad de su hijo, en cuyo nombre cobran esas facturas. Si alguien piensa que es alguna jugarreta del titular, su hijo, se equivoca: está hospitalizado desde septiembre del año anterior. En los recibos, aunque se los cargaron a ellos, aparecía otra dirección; de modo que fue a hacer una visita a quien vivía en esa dirección. En esta casa les contaron que tienen Adsl y no disponen de ese teléfono. He podido ver una copia de la denuncia. El número de cuenta que figura en el recibo y el del denunciante no son los mismos. Su número de teléfono y el número misterioso no sólo no son iguales: ni siquiera se parecen. Y, la diferencia más divertida: el misterioso número es de Telefónica; el de esta familia, de Ono. En resumen: les han cobrado un dinero de su cuenta por un número que no existe de una empresa con la que no han contratado servicios. El banco y la empresa no lo solucionan.