Creo que se me han sonrojado hasta los huesos. Me refiero al contenido de las crónicas sobre Mariano Rajoy en su entrada triunfal en Zamora. Sólo faltaron cofrades batiendo palmas a su paso por la ciudad. No había, según parece, una borriquita para subirse a lomos de ella pero, si hubiera pedido una montura, hubiesen sobrado voluntarios dispuestos a doblar el espinazo y llevarlo de paseo por ahí. Si he sentido vergüenza ajena no ha sido, desde luego, por la forma de esas crónicas, pues los redactores cumplen su cometido, que es el de recoger el sentir ciudadano; tampoco porque Rajoy haya llegado a mi ciudad en plan “estrella del rock”; sino por la actitud servil de algunos de los curiosos, políticos y admiradores que le rodeaban.
No exagero: gente que gritó que le quería; que, ejem, aduló su delgadez y su belleza; niños que cantaron su presunta pertenencia al Partido Popular (a su edad y ya metiéndose en berenjenales, con la cantidad de disgustos que da la política); señoras con el calentón; señores que lo jaleaban en su labor de la oposición como si, en vez de ser un candidato a la presidencia, fuese un púgil aspirante al título de campeón en el ring; gente que le pidió autógrafos, le hizo fotografías, lo colmó de besos y abrazos, que tuvo el detalle de obsequiarle con productos de la tierra. Me da igual que hablemos de Rajoy, de Zapatero, de Aznar o de Llamazares: cuando a un político lo tratan como a un guaperas de la música, es que el mundo ha perdido la chaveta. Es la fama, que nos corrompe. No se crean, ni siquiera, que se trata de política ni de ideologías. Ojalá. Es el poder puro y duro del famoseo. Y Rajoy lo es. Acabamos de comprobarlo, en su entrada triunfal en Zamora. Pero Rajoy sabe que, como muchos otros antes que él, el día en que se retire de la política caerá en el olvido. Salvo que se dedique a dar conferencias o a publicar autobiografías escritas por negros, para mantener caliente la memoria del personal. Así es la política: y sí, en el fondo se parece al deporte.
Aún más lamentable que ese seguimiento de multitudes alborotadas que se postraron a sus pies son los rostros de los políticos que se esforzaron por salir en las fotos junto a él. Miren, por ejemplo, la fotografía de portada de este periódico en su edición de ayer. Maíllo se ha colado de milagro por un lateral, y posa junto a Rajoy con su mejor sonrisa de Joker (lástima que el casting para la nueva aventura de Batman ya esté cerrado, al menos en lo que respecta a este personaje): es igualito a la caricatura que le hace Guillermo Tostón. Al alcalde se le divisa al fondo, rompiéndose el cuello para aparecer en la foto y que no le tape Rosa Valdeón, candidata del PP y, posiblemente, futura alcaldesa de Zamora. Hay alguno que, incluso, ni siquiera mira a Rajoy, sino al fotógrafo. Las imágenes no suelen mentir y son más importantes de lo que creemos. Porque esta foto engloba una metáfora de la vida política de nuestra ciudad: o sea, Rosa Valdeón eclipsando a Antonio Vázquez. En poco tiempo, sólo veremos la cara de ella y apenas intuiremos la de él. Quizá les parezca triste, pero así es la política. Como hemos visto, se montó un circo. Que es como todos los circos mediáticos y populosos: si algún día el gallego sube al sillón del poder, no volverá a la ciudad. No seamos ingenuos: cada visitante dice que va a rodar aquí una película, que va a escribir un libro, que volverá de ganador, que luchará por nosotros. El tiempo suele desenmascarar esas imposturas. ¿Qué nos queda en medio de tanto arrebato? Unas cuantas cosas. Por ejemplo, el artículo de Braulio Llamero en la última página del diario de ayer. Dio en el clavo, y con su característico humor.